Durante muchos años hemos escuchado discursos sobre la conveniencia de que Baleares debía buscar alternativas económicas al turismo. Los turistas que gastaban poco dinero no interesaban, decían, pero los que gastaban mucho tampoco eran convenientes para nuestra economía porque se aprovechaban de nuestros recursos naturales, bien con sus yates o disfrutando de casas en zonas protegidas.
Yo esperaba que dos meses de confinamiento fuesen suficientes para escuchar propuestas viables y razonables al turismo, que se pusiesen las bases de un nuevo modelo productivo para no depender tanto de los millones de turistas que llegan cada año a nuestros hoteles, pero ha sido imposible. Los mismos que creen que el turismo es una actividad económica molesta siguen diciendo que hay que buscar alternativas, escriben artículos de opinión donde no aportan nada, y lamentablemente tengo que decir que no he leído ni una sola idea que me convenza de que la economía en las islas pueda mejorar sin turistas. El único que se ha atrevido a esbozar alguna propuesta ha sido el vicepresidente económico del Govern balear, quien insiste en que el futuro pasa por instalar placas solares. En el mejor de los casos se crearían 15.000 puestos de trabajo, asegura el “número dos” del Govern. Mientras algunos de nuestros políticos siguen con sus teorías más próximas a la ciencia ficción que a la realidad, los empresarios de estas Islas han aprovechado estos dos meses en buscar financiación para no tener que cerrar definitivamente, calculan cuántos trabajadores podrán recuperar de los ERTE cuando comiencen a llegar turistas, y están muy pendientes de todas las noticias que llegan de Alemania y Gran Bretaña sobre la reactivación turística. Ese es el mundo real. Lo demás, pura palabrería que no sirve para nada.