Muchos no se imaginan un verano en Ibiza sin Amnesia o sin Pachá». Lo dijo el periodista Pedro Piqueras a finales de junio en una entrevista en Tele 5 al alcalde de Ibiza. Pues bien, ya no hace falta ponerse a imaginar cómo será lo que queda del verano en la capital mundial del ocio y la música electrónica: no habrá discotecas ni fiestas ni música ni baile: nada, ni tan siquiera ball pagès. Los brotecillos verdes de julio han sido un espejismo. Esto será una ruina total, amigo Piqueras, porque la fama, el prestigio y el liderazgo internacional de nuestra potente industria del ocio está sufriendo la peor pesadilla imaginable.
La presidenta Armengol dice que no tira la toalla -se agradece-, que seguirá reclamando un corredor turístico seguro entre Gran Bretaña y las islas, pero entramos en agosto y no se atisban soluciones inmediatas, y además el asunto no está en sus manos, sino en las de Boris Johnson, el nuevo enemigo público número uno, el gran émulo de Trump y Bolsonaro en su deriva populista. No es que hoy pinte mal, muy mal, es que se avecinan meses de una dureza insospechada. Vamos a echar mucho de menos a los clubbers (cientos de miles de jóvenes europeos cuyo gasto medio diario en Ibiza supera los 250 euros), que están viendo cómo se frustra su sueño de disfrutar este verano en el epicentro de la vanguardia electrónica. Ojalá que este desastre sirva al menos para que se tenga en consideración en la próxima temporada el enorme peso económico y cultural del turismo dance. ¿Alguien entiende que se persiga a unas empresas que generan miles de empleos y que llevan la imagen alegre de Ibiza por todo el mundo? A ver si es posible que se den facilidades a los locales de ocio en lugar de estigmatizarlos con pura demagogia. El hundimiento ya está aquí para el alborozo, eso sí, de una minoría de talibanes turismofóbicos, hoy henchidos de gozo, aunque hace tiempo que no se les oye. ¿Tendrán algo que decir ahora?