Hace unas semanas ya empezó a debatirse sobre si ya nos encontrábamos inmersos en una segunda oleada del virus causante de la pandemia de coronavirus, o si lo que está ocurriendo es una fase más de la denominada nueva normalidad.
Lo cierto es que el incremento de rebrotes parece imparable y por lo tanto la sensación que se desprende es que el control sobre los mismos es inexistente. La realidad, con miles de nuevos casos nuevos cada día, nos dibuja un panorama poco optimista.
Da la sensación que como en tantas otras ocasiones, la avaricia acaba rompiendo el saco y parece claro que a pesar de las múltiples llamadas a la moderación a la hora de pasar del estado de alarma, a la nueva normalidad; la citada moderación ha brillado por su ausencia.
La coincidencia del final del confinamiento obligado, con el inicio de la temporada turística, en un país donde el turismo representa el 15% de nuestro PIB, siendo por tanto el sector que más riqueza aporta a nuestra economía y del que vienen dependiendo cerca de tres millones de empleos; ha acabado provocando una reacción que ha resultado totalmente nociva.
La lógica hacia suponer que, después de los meses de sacrificio colectivo tratando de combatir la expansión del virus, lo que cabía esperar era un transito moderado hacia la recuperación de nuestros hábitos y costumbres anteriores a la pandemia; pero está claro que era mucho suponer. Somos un país poco dado a la moderación y una vez más hemos sacado los pies fuera del tiesto, consiguiendo con ello el dudoso honor de ser nuevamente el país europeo con el mayor número de nuevos contagios diarios.
En aras de la obtención de los mejores resultados económicos, muchos han pasado olímpicamente de todas las normas relativas a garantizar la seguridad sanitaria y tanto algunos empresarios, como muchos particulares se han lanzado a tumba abierta al ocio desenfrenado. La incapacidad de determinados grupos sociales, para entender que en las condiciones actuales, no se puede pasar de repente de cero a cien, sin que ello tenga consecuencias y que estas están siendo tremendamente negativas, es lo que básicamente está provocando la gran cantidad de nuevos rebrotes por todos lados. Moderación significa ir abriendo la mano poco a poco en lo que a recuperación de costumbres anteriores a la pandemia se refiere; no pretender que de un día para otro, todo vuelva a ser como fue cualquier otro año.
Pero si a estas prisas por volver rápidamente a lo que en años anteriores fue lo habitual, le unimos la incapacidad de los equipos de gobierno de todas y cada una de las diferentes administraciones, sean del color que sean, para vigilar y hacer cumplir a rajatabla las nuevas normas en materia de seguridad sanitaria; lo que se obtienen son los ingredientes necesarios para que estalle la tan temida segunda oleada, mucho antes de lo previsible y deseable.
En eso, nuestras Islas Pitiusas no están siendo una excepción. Es claramente insuficiente el grado de vigilancia en nuestras calles; exactamente igual que ocurre con la contundencia que debería aplicarse a todos aquellos que por incivismo o por simple avaricia personal infringen deliberadamente las normas que se aprueban para protegernos a todos. Resulta frustrante ir por la calle a cualquier hora del día y ver la cantidad de gente que va sin mascarilla, mientras que no se ve a nadie de los diferentes servicios de seguridad para que les afeen su actitud y les sanciones como merecen. La mayoría de infractores campan a sus anchas, por que saben que hay pocas probabilidades de que sean sancionados.
¿Para que se aprueban nuevas normas, si luego no hay capacidad real para hacerlas cumplir?. Esta misma semana se ha anunciado por parte del Govern, que se intensificará el control sobre aquellos que están obligados a permanecer aislados en sus domicilios. ¿Debemos creer en ello, cuando no hay ni tan siquiera capacidad de controlar al que va sin mascarilla por la calle?
Lo que es realmente urgente, es la mejora en las plantillas de los diferentes cuerpos policiales, la mejora de los servicios sanitarios, en concreto de la atención primaria y del servicio de rastreo y la mayor contundencia a la hora de sancionar a los infractores. Sin todo ello, todo lo demás no es más que un brindis al sol.