Alberto Garzón es un atareado ministro que ostenta una de las carteras de mayor peso y relevancia en el gobierno de la nación: el ministerio de consumo. Cuesta imaginar lo difícil que debe ser soportar el peso de tan magna responsabilidad. Tampoco debe ser fácil levantarte por la mañana como ministro y pasarte el día preguntándote para que sirve el ministerio que han creado para que ocupes una cuota de partido y por qué no has hecho absolutamente nada más que el ridículo durante los dos últimos años.
Desde los 22 años en política y con nada menos que dos lustros a sus espaldas como diputado, este joven político comunista de 35 años a quien todavía no se le ha conocido oficio alguno ha sido foco de polémica esta semana por publicar un vídeo en el que decía «estar muy preocupado» por el elevado consumo de carne y su impacto en el planeta.
Los que le critican no se dan cuenta de que en la calle no se habla de otra cosa que la problemática que representa este asunto y que este Santo sin aureola ha dado en el foco del origen de nuestros problemas. Da la curiosa casualidad que mientras el ministro hacía su alegato contra la industria cárnica, el precio de la luz volvía a alcanzar un máximo histórico, lo cual no mereció ningún comentario por parte de Garzón al ser algo de muchísima menos relevancia en estos tiempos de bonanza, prosperidad y concordia.
Que la ganadería extensiva tiene una huella en la cuestión del cambio climático y que el exceso de carne puede acarrear problemas de salud es incuestionable, pero tal vez existan ahora otras prioridades mucho más apremiantes en el país y tal vez no necesitemos todo un ministerio para que nos diga lo que podemos comer y lo que debemos beber. Si quiere darnos una brasa que nos guste, que nos invite a Can Pilot.