Son inagotables. No se cansan de decir mamarrachadas y algunos han pisado el acelerador tomados por el espíritu de los Juegos Olímpicos aunque suelen estar a full durante las Olimpiadas -el periodo de cuatro años entre Juegos-. La penúltima en unirse al circo ha sido Lilith Verstrynge. Hace años, durante la carrera en Madrid, tuve conocimiento de su existencia a través de su padre, Jorge, por entonces apartado de la política e impartiendo doctrina en sus clases de Historia en la Facultad de Periodismo. Lilith ha llegado a la política por el extremo en el que, por ahora, ha acabado su progenitor.
En reñida competencia con Irene Montero, Lilith espetó hace unos días que espera que la princesa Leonor no reine porque, «lo decimos abiertamente, el proyecto monárquico en sí es machista», palabra de Lilith. Personalmente a un servidor le es indiferente que reine o no, pero la turra de ligarlo todo al machismo o el patriarcado ya cansa. Días antes había sido la ministra de Igualdad quien cargó contra el Estado de derecho a vueltas con Juana Rivas, condenada por secuestrar a sus hijos tras ser jaleada por esta chupipandi de demagogos. «Creo que si Juana Rivas ingresa en prisión definitivamente no solamente va ser un escándalo para las mujeres, para el movimiento feminista, sino una muy mala noticia para la democracia» ¡Ahí lo llevas!
Todo se lleva a los extremos y cualquier causa es útil para llevarla a ese Ca na Putxa que es Twitter, una escombrera donde se enfrenta a Simone Biles y Novak Djokovic por motivos estrictamente ideológicos. Lo cierto es que el estado mental de Simone y Nole importa un carajo a la mayoría de opinadores. Y sin darnos una tregua abren una lucha sobre el color de piel de nuestros medallistas Ana Peleteiro y Ray Zapata. Y enfrascados en estas causas damos carpetazo a un julio con la factura de electricidad más cara de la historia. 90 eurazos más de media por hogar. Un asunto banal y todo un detallazo del gobierno de la gente.