El concejal de la extinta coalición Proposta per Eivissa en Sant Antoni lo ha vuelto a hacer. El edil portmanyí ha demostrado una capacidad extraordinaria para amenazar con romper cualquier gobierno en el que se haya sentado. Rompió el primero y todo apunta a que está esperando la excusa necesaria para romper con Marcos Serra. Su contribución a la política pasa por lo que más ansía y por lo único que brama: la visibilidad. La gestión es algo secundario que relega a los ediles que sí se toman en serio su cargo.
Su última pataleta consiste en llorar porque el departamento de urbanismo que ahora dirige directamente el alcalde (y que el proprio Torres rechazó) ha asumido las competencias en la alineación de calles necesaria para la emisión de ciertas licencias. Ya ven, una soberana nimiedad. El dicharachero concejal no tiene suficiente con ostentar la titularidad de cuarenta y siete departamentos, sino que cuando tratan de ayudarle se lo toma como un desplante suficiente para amenazar (por enésima vez) con dejar el gobierno en minoría. Estos son los efectos perversos de la democracia representativa: que un escaso concejal se sienta con autoridad moral suficiente como para disponer sobre la voluntad mayoritaria de un equipo de gobierno.
Torres es un alguien sin maldad que no vino a la política para mejorar la calidad de vida de los portmanyins, sino para salir en la foto, ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Marcos Serra ha sabido capear sus delirios durante media legislatura, pero se vuelve a percibir el fresco aroma de las elecciones y Torres no va a desaprovechar la ocasión de volver a protagonizar portadas con alguno de sus frecuentes disparos al aire. De momento, pero, sus anuncios son pólvora mojada.