El Evangelio de hoy nos habla de la indisolubilidad del matrimonio. La actitud malintencionada de los fariseos que preguntan al Señor, tiene como finalidad enfrentar a Jesús con la Ley de Moisés. En casa sus discípulos volvieron a preguntarle sobre esto. Jesús les dice: «Cualquiera que repudie a su mujer y se una con otra comete adulterio contra aquella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio». Jesús devuelve a su pureza original la dignidad del hombre y de la mujer en el matrimonio, según lo instituyera Dios en el principio de la creación. El Magisterio de la Iglesia, único intérprete autorizado del Evangelio y de la ley natural, ha custodiado y defendido constantemente esta doctrina.
Recordemos, por ejemplo, el caso sobre el divorcio de Enrique VIII de Inglaterra, al que la Iglesia le negó poder divorciarse de su legítima esposa, Catalina de Aragón, para casarse con Ana Bolena. La indisolubilidad del matrimonio no es un capricho de la Iglesia, y ni siquiera una ley positiva eclesiástica. Es de ley natural, de derecho divino. El cristiano no debe dejarse impresionar por las dificultades o incluso las burlas que pueda encontrar en el ambiente. Hay quienes encuentran difícil o incluso imposible vincularse a una persona para toda la vida y a cuantos son arrastrados por una cultura que rechaza la indisolubilidad matrimonial, y que se jacta como algo ridículo del compromiso de los esposos a la fidelidad.
Cristo renueva el designio primitivo que el Creador ha inscrito en el corazón del hombre y de la mujer, y en la celebración del sacramento del matrimonio que ofrece la ocasión de poder compartir el amor pleno y definitivo de Cristo. Dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es uno de los deberes mas preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo.
Respecto a los matrimonios que han celebrado el sacramento y separados legalmente por la autoridad eclesiástica y que han vuelto a casarse significa que dichos matrimonios eran nulos. No hubo tal matrimonio.
Un matrimonio rato y consumado no puede separarse por ninguna autoridad de este mundo. «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre». Hay que rezar por todos los matrimonios rotos, separados, con serios problemas de convivencia, por no saber respetarse y amarse mutuamente.
Que el Señor guarde y bendiga a todos los matrimonios y a sus hijos.
Que en todas las familias haya paz y amor.