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Coronavirus

Ómicron, un antes y un después en el camino de la adaptación

Covid-19, más del 85 % de la población española está vacunada o ha pasado la infección. | Pixabay

| Palma |

Esto es lo que se deduce de las medidas adoptadas y de las no adoptadas por el Gobierno español ante una sexta ola de infecciones que más bien parece un tsunami, por la extraordinaria proliferación de casos positivos que se detectan y bastantes otros que, siendo asintomáticos, se ignoran. Nos encontramos a medio camino de infectarnos casi todos, pues la ómicron ha superado la primera línea de defensa de nuestra inmunidad adaptativa, la de los anticuerpos, y puede infectar casi igualmente a los previamente inmunizados por la infección, a los vacunados y a los no vacunados. Pero no estamos indefensos: más del 85 % de la población española está vacunada o ha pasado la infección, y la segunda línea de defensa inmunológica así adquirida (la respuesta celular) resiste e impide que el virus genere una enfermedad grave en la mayoría de los casos, sobre todo en quienes han podido recibir ya la dosis de refuerzo.

El Gobierno se apoya en la menor frecuencia de casos graves de COVID-19, gracias al éxito de la campaña de vacunación, para ceñirse a solo tres medidas: 1) acelerar la vacunación (incluyendo tercera dosis); 2) reestablecer la exigencia de mascarillas en exteriores, añadida a su obligatoriedad en interiores; y 3) reforzar la atención primaria. Esta última constituye una novedad de calado, acompañada de recursos (300 millones de euros) en una situación acuciante para la atención primaria, sobresaturada por el brutal aumento de casos positivos, generalmente leves y ante un pico de contagios que puede llegar en dos o tres semanas. Está claro que, frente a la ómicron, España no apuesta por restricciones de gran calado y generales para «detener o doblegar la curva»: el control sigue en manos de las comunidades autónomas (CCAA) y solo una situación extrema (si la ómicron comienza a enviar a muchos más pacientes a las UCI) obligaría a ajustes de esta estrategia durante las próximas semanas. Por supuesto que, adicionalmente, muchas CCAA deberán aplicar el mismo tipo de medidas que ya han experimentado en oleadas anteriores, ajustándolas a su situación epidemiológica, para evitar que el gran número de infecciones llegue a colapsar su sistema sanitario.

También puede ayudar una patogenicidad algo menor, intrínseca de la ómicron, pero ello no evitará que esta variante cause estragos entre las personas no inmunizadas, sobre todo en las personas mayores no vacunadas o que no responden a la vacunación. Los estudios epidemiológicos en condiciones reales no aclaran del todo la menor patogenicidad de la ómicron, pues variables como la edad o la inmunidad preexistente podrían explicar la mayor parte del 50-80 % de reducción de las hospitalizaciones por esta variante, en comparación con las causadas por la delta. Sin embargo, estudios experimentales en Hong-Kong, ampliamente difundidos, han mostrado que esta variante se multiplica (en condiciones de laboratorio) hasta 70 veces más que la delta en los bronquios, pero 10 veces menos en los pulmones, dibujando un mecanismo que explicaría porque la ómicron se contagia más, y también porque genera una enfermedad menos grave. Además, estudios de la Universidad de Cambridge (22 de diciembre, pre-publicación no revisada por pares) ratifican la mayor tasa de multiplicación de la ómicron en las células epiteliales de los bronquios, y, al mismo tiempo, prueban in vitro su menor capacidad de entrar en las células pulmonares donde, como consecuencia, se multiplica menos (en comparación con una de las primeras variantes, Wu-1-D614G). Y es que para entrar en las células debe producirse la ‘fusión' entre la envoltura del virus y la membrana que envuelve las células y tres de las mutaciones nuevas que ha incorporado la ómicron determinan que el virus se fusione menos fácilmente, en concordancia con una menor carga viral en los pulmones y una menor gravedad (https://www.biorxiv.org/content/10.1101/2021.12.17.473248v1). Pero en verdad no sabemos en qué grado y en qué condiciones estas ‘nuevas' propiedades del virus se traducen en las personas contagiadas en la vida real. Sería arriesgado decir que con la ómicron se ha llegado al final, pero posiblemente nos acercamos a él y es lo que debió ocurrir con los cuatro coronavirus que actualmente solo causan simples resfriados en humanos. Pero no lo sabemos a ciencia cierta. Deberemos esperar a saber, mediante estudios de laboratorio, si retrotrayendo alguna(s) de las tres mutaciones implicadas, la capacidad de fusionar se recupera y se generan variantes que mantengan o incrementen la transmisión y causar cuadros de COVID-19 más graves en el futuro. Eso o esperar a ver la evolución del virus.

En suma, tenemos certezas e incertidumbres en una situación con muchos más casos, pero con mejores perspectivas para enfrentarlos por las personas vacunadas. Al propio tiempo, está la asimetría del impacto económico y social que cada tipo de restricción causa en diferentes sectores y en las diferentes comunidades autónomas. Así las cosas, ante la nueva oleada, ¿deben aplicarse restricciones a gran escala y con carácter general en España o ha llegado el momento de aprender a convivir con el virus?

Sería más fácil asumir esta convivencia si el Gobierno ya pudiera desplegar los nuevos tratamientos antivirales. Israel no sólo está aplicando la cuarta dosis de vacuna en un ensayo piloto, sino que también ha contratado cien mil tratamientos de Paxlovid (la píldora antiviral de Pfizer), que presenta un 90 % de efectividad contra la enfermedad grave aunque, al igual que otros nuevos medicamentos, tal efectividad está demostrada cuando se administra en los primeros cinco días desde el inicio de síntomas y sólo para quienes tienen alto riesgo de desarrollar una COVID-19 grave. Su despliegue en España precisará de una agilidad en el diagnóstico, mucho mayor a lo que vemos actualmente.

Pero incluso sin disponer de los nuevos medicamentos, la apuesta por cierres u otras intervenciones sociales a gran escala no se percibe entre las prioridades que se barajan por los gestores, aunque es verdad que varias CCAA ya han dispuesto restricciones de bastante calado. Según recoge The New York Times, los planes de la Casa Blanca incluyen «enviar tropas militares para ayudar a los hospitales a hacer frente a los aumentos de COVID-19; desplegar ventiladores en los lugares que los necesiten; invocar una ley de guerra para acelerar la producción de test; y abrir más clínicas de vacunación». Estaríamos entrando en la fase de convivencia, con menos restricciones frente a la recuperación económica y, en su lugar, más recursos, lo que no excluye fuertes medidas selectivas en cada autonomía, para ralentizar la propagación, y que deberían aplicarse en función de cómo se prevea la saturación hospitalaria. Y por supuesto, aquí y en todo el mundo, podrá ser necesario confiar en sucesivas vacunaciones, reformuladas frente a la ómicron y deberemos seguir pendientes de la emergencia de posibles nuevas variantes.

La ómicron marca un antes y un después. Si antes el objetivo debía ser detener la ola o doblar la curva, ahora, con una transmisión comunitaria desbocada, sabiendo que la incidencia se expande y se contrae en oleadas sucesivas gobernadas por mecanismos incomprendidos, se ha decidido mantener las competencias de las CCAA, asumiendo que la sociedad solo aceptaría confinamientos si nos llegamos a encontrar en una situación de excepción en la que la gravedad de la emergencia esté clara para casi todos.
Recordamos el párrafo final de nuestro primer artículo en Ultima Hora sobre la pandemia (19 de marzo de 2020), en unas condiciones mucho más dramáticas que las actuales: «El principal problema que se afronta ahora sigue siendo el de limitar o ralentizar la propagación, evitar la acumulación de casos graves en periodos cortos de tiempo, que sobrepasen la capacidad de respuesta de nuestro sistema sanitario». Ahora, sabiendo que la vacuna nos protege y la COVID-19 resultante de la infección es menos grave, se puede apostar por la no adopción de restricciones generales de gran calado, pero reforzando la atención primaria y las actuaciones de cada autonomía ante el gran número de contagios que sigue amenazando con saturar nuestro sistema sanitario.

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