Es habitual encontrarte en espacios públicos a algún padre o madre con cara de angustia y desesperación observando como su hijo grita, patalea y llora de forma exacerbada. Lo que denominamos una «rabieta».
La rabieta es una manifestación de ira y frustración que se produce como respuesta a deseos o necesidades no satisfechos. Son absolutamente normales y habituales en los primeros 4 años de vida y pueden alargarse incluso hasta los 7 años. En la adolescencia pueden aparecer de modo diferente.
Algunos estudios exponen que entre el 50% y el 80% de los niños de 3 años tienen al menos una rabieta semanal.
Para gestionarlas es importante identificar y diferenciar que factores inciden en su aparición. Así, pueden producirse por motivos orgánicos, los menores tienen dificultad para expresarse verbalmente con fluidez, de esta forma el malestar producido por hambre, cansancio e incluso alguna dolencia suelen ser un detonante. Otro de los factores que pueden influir son los denominados ambientales, la falta de rutina, los lugares nuevos y/o desconocidos, el clima familiar, la relación entre los padres, la inexistencia de un modelo educativo, etc. También existen factores relacionados con la evolución emocional del menor, cuando aparecen sentimientos negativos como la ira o la frustración, el niño carece de la capacidad de autogestión. Finalmente factores relacionados con las llamadas de atención, buscan el reclamo, es recomendable ignorarlas siempre y cuando no sean destructivas. En los últimos años han aparecido un nuevo grupo de rabietas relacionadas con el uso de la tecnología, que deben tener un abordaje específico.
Identificar los factores y tipos de rabietas es el primer paso para comenzar a gestionarlas de la manera más saludable para todos. Las rabietas tienen una curvatura de intensidad, en la parte final el niño pasará a un estado de agotamiento. Este es el mejor momento para analizar los hechos, abordarlas y tomar medidas pero siempre mostrando afecto.
Es importante recordar que ante una rabieta: Tenemos que intentar mantenernos firmes, serenos y calmados, no tenemos que sentir vergüenza, debemos quitarle importancia en la medida de lo posible y hemos de evitar responder con enfado y/o agresividad. Durante la explosión de la rabieta no es un buen momento para intentar dialogar, la mejor repuesta es ignorarla. Un niño con rabieta está aprendiendo a gestionar su frustración, ningún progenitor se tiene que avergonzar o esconder de ellas, todo lo contrario es un indicador de que está educando.
Es muy aconsejable analizar y prever que situaciones pueden generar rabietas. Por ejemplo, ¿los supermercados donde suelen situar los chicles, caramelos, etc.? Delante de la caja de cobro, ¿es casualidad? En ese lugar estaremos un ratito esperando nuestro turno con unos estímulos muy interesantes para nuestros hijos, ¿podría ser que el marketing busque las rabietas de niños como estrategias para vender sus productos? Saque su propia conclusión.