«No hay dinero en caja» o «No queda nada que robar». Son algunos de los mensajes expuestos en los escaparates y puertas de numerosos negocios del corazón de Vila. Los carteles avisando de sistemas de videovigilancia io alarma ya no frenan a los delincuentes que actúan por la isla. Y más allá del botín que se llevan, que suele ser entre escaso y nada, sus fechorías dejan una huella de daños que se traducen en facturas de varios centenares de euros para las víctimas. De la rudimentaria pedrada en el cristal pasamos al bolardo. Y en las últimas fechas han tomado el testigo los fieles del reventón con tapa de alcantarilla. Puertas o escaparates hechos añicos, golpes directos al corazón y al bolsillo de unos comerciantes, autónomos que hacen juegos malabares para abrir la persiana cada jornada. Los efectos más perversos de estas oleadas de robos y gélidos valles entre temporadas se plasman en un barrio de La Marina en fase terminal y una sucesión de cierres o traspasos de negocios en l'Eixample.
Históricamente, esta clase de robos registraban un repunte durante los meses de invierno. Los tiempos de pandemia nos ha traído un repunte más acentuado. Hay robos por necesidad, también denominados hurtos famélicos, pero abunda la maldad más allá de la necesidad y de pegar el palo porque, simplemente, sale a cuenta. Y en esta deriva nos topamos con atracos más violentos. Es el caso de los asaltos cometidos en Sant Antoni por un grupo de jóvenes que se creían impunes. Uno de ellos ya está en la cárcel y otros dos podrían acompañarles hoy. El trabajo y esfuerzo de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad (Guardia Civil, Policía Nacional y Policía Local) suele fructificar y desembocar en la detención de numerosos delincuentes. Sospechosos habituales que reinciden porque un alto porcentaje queda libre tras pasar por juzgados. Como diría el maestro Larra: vuelva usted mañana.