Este miércoles por la tarde mi buena amiga Tere Lorente compartió una publicación en Facebook de esas que te dan que pensar. Pertenece a un grupo bautizado como Cubillejo de la Sierra en homenaje a un pueblo que es pedanía de Molina de Aragón, entre Guadalajara y Teruel, y que actualmente tiene 51 habitantes. Está relativamente cerca de Adobes, mi pueblo y que a pesar de su belleza apenas llega a los diez residentes fijos durante el invierno. En la publicación se puede ver un interesante documento que aparece en el libro Historia de Molina y de su noble y muy leal señorío escrito por Mariano Perruca Díaz y en el que se puede leer los habitantes que tenían en 1891 una serie de municipios que por aquel entonces pertenecían a Teruel. El segundo de esa relación es Adoves, escrito en aquellos tiempos con V, registrando una población de 341 vecinos. En la misma lista aparecen poblaciones cercanas como Alustante con 1527 habitantes, Piqueras con 361 o Setiles con 717.
Es cierto que ahora todo es muy distinto. Que los tiempos han cambiado y evolucionan que es una barbaridad y que hay quien dice que se vive mejor en las ciudades porque es donde está el progreso pero creo que algo no estamos haciendo bien entre todos para que un siglo después todos estos pueblos tengan ahora fecha de caducidad. No me lo he inventado yo. Es una frase que dijo un día un primo mío convirtiéndose en una especie de mantra que siempre obsesionó a mi padre. Algo que le marcó para siempre y por lo que luchó junto otros valientes que siguen al pie del cañón para que Adobes siga existiendo con b o con v. Una tarea que no es fácil. Mi pueblo es precioso pero para ir allí «tienes que ir». No hay una carretera que pase por delante, sino que te tienes que desviar y marchar unos kilómetros por una carretera llena de curvas. Le faltan infraestructuras. Hasta hace poco el internet no llegaba con soltura. No hay una tienda y el bar de la plaza abre cuando puede. Si hasta hay problemas para encontrar quien quiera gestionarlo durante el verano, cuando en las fiestas el pueblo vuelve a la vida. Por supuesto mejor ni hablar del consultorio médico ni del colegio y de nuestra iglesia, uno de los grandes atractivos del pueblo, sobrevive como puede ante la falta de subvenciones. Afortunadamente, gracias al trabajo que hizo durante años la alcaldesa Juana Jiménez, Adobes tiene un frontón maravilloso, un campo de fútbol que alberga tremendos derbis entre los niños de los pueblos de alrededor en agosto, varios parques infantiles, un teatro que es la envidia de otras localidades, y preciosas calles que gracias a Félix siempre están perfectamente cuidadas, limpias y llenas de flores.
Todo para que cuando llegue agosto los comodones como yo podamos disfrutarlo. Porque, eso sí, cuando son las fiestas, todos vamos a disfrutar de eso que nos ofrece el pueblo y no la ciudad. Esos maravillosos momentos de desconexión total, de primos, de cervezas en la plaza a precios de otros tiempos, de charlas infinitas de madrugada y de partidas de guiñote. De confesiones en el bar en torno a un café mientras en la televisión juega nuestro equipos en tierras muy lejanas o de simples paseos por parajes que serían la envidia de cualquier guía de turismo.
Pero, entonces, ¿qué falla para que estos pueblos pasen de tener 341 vecinos a menos de diez? Para que a todos se nos llene la boca con eso de la España vaciada mientras seguimos mirando para otro lado. Los políticos de los grandes partidos hablan y hablan, pero a la hora de la verdad nadie actúa. Nuestros queridos diputados son urbanitas y posiblemente no sean estos pueblos su público objetivo. Muy probablemente en Adobes no se jueguen su futuro para seguir cuatro años más calentando su sillón del Congreso de los Diputados porque no son importantes un puñado, literal, de votos. Y si me apuran solo se acordarán de ellos cuando llegue la próxima campaña electoral, donde esté en juego el gobierno de la Comunidad Autónoma. Entonces, a lo mejor, alguien nos visitará, un tercer o cuarto espada se hará cuatro fotos si llega, estará cinco minutos y nos prometerá la próxima construcción de una estación del AVE cuanto menos. Después se montará en el coche, cogerá camino, hará un gesto mohíno mientras le dice al asesor que dónde le ha traído mientras intenta que su móvil coja cobertura y Adobes volverá a caer en el olvido. Una vez más. Mientras su gente se hace vieja, no vienen refuerzos y poco a poco da otro paso más hacia su fecha de caducidad mientras un grupo de valientes resisten inasequibles al desaliento con lo que tienen. Por amor a su tierra y sin que nadie sepa que existen. Por ello, a estos, muchas gracias por permitir que mi hijo pueda seguir visitando y disfrutando del pueblo de sus bisabuelos, abuelos y de su padre y sus primos. A los otros…