Si la inflación se dispara, la población se empobrece y aumenta la alarma social. Y el elefantiásico aparato del estado, antes de seguir esquilmando a los que debería servir, haría bien en ponerse a dieta de tanto despilfarro en demasiadas estupideces. Pero la mayoría de los políticos se comportan como nuevos ricos que disparan con pólvora del rey. Los veinte mil millones de euros que pretenden destinar al ministerio creado para la pareja de Pablo Iglesias (¿despotismo ilustrado? Más bien nepotismo escandaloso e injusticia igualitaria) son un bruto ejemplo.
Así quieren reeducar a la población española, todas, todos y todes en proceso de cretinismo galopante. Probablemente la docuserie que van a hacer al presidente más narciso y mentiroso de nuestra historia también obtendrá fondos de «ese dinero público que no es de nadie». Saldrá a tiempo para hacerle propaganda en la próxima campaña electoral contra la nécora gallega. Algo muy perverso pasa con el destino de gran parte de los impuestos confiscatorios con los que sangran a la población española. La tan cacareada transparencia es inexistente entre la maraña de contratos y adjudicaciones, los múltiples–¡y cada vez son más!--cargos y asesores a dedo sin carrera técnica o experiencia funcionaria, que parece que solo están para chupar del bote, pues no dan ninguna explicación de su actividad. En estos tiempos críticos urge hacer una limpieza parasitaria. Y habría que empezar por tanto chiringuito político y competencias triplicadas que solo hacen más difícil la vida de los que no maman de la teta pública. Y, por supuesto, exigir responsabilidad a los que mandan, ¿Por qué tiene que ser la esfera pública diferente de la privada a la hora de responder por los desmanes y negligencias? Porque se saben con carta blanca cada cuatro años.