Algún gamberro cultureta, ya sea profesor marxista, revisionista histórico o talibán iconoclasta, ha puesto una placa vilipendiando a Cristóbal Colón y se pregunta por qué es honrado en San Antonio. Sin duda el huevo se le ha atragantado.
El Almirante de la Mar Océana opinaba que «la tierra tiene forma de pera, redonda pero con una protuberancia, una especie de pezón». Y nadie le puede quitar la gloria de navegar donde nadie se atrevía, allá donde moraban los dragones. Como se quedó corto en sus estimaciones de la circunferencia de la pera (tenía que haber hecho caso a Eratóstenes, quien clavó sus maravillosas medidas hace 2000 años), pensaba haber llegado a Cipango cuando en realidad había descubierto un Nuevo Mundo y dado paso a la Edad Moderna.
Es muy posible que antes llegaran navegantes fenicios, drakkars vikingos en efímeros asentamiento, algún náufrago a la deriva e incluso parte de la flota china de Zheng He, pero la gloria de descubrir el Nuevo Mundo pertenece a Cristóbal Colón y a la Corona Española que apoyó lo que el resto del mundo juzgaba como una quimera.
Hizo cuatro viajes de descubrimiento y en una ocasión regresó a España encadenado, lo cual es prueba terrible de los vaivenes de la fortuna. También que la ciencia del Almirante, en la administración y política, no era comparable a su saber en la mar, demostrando que muchos grandes marinos parecen ahogarse antes en la engañosa calma de la tierra firme que durante el más furioso temporal.
Las investigaciones de Nito Verdera lo hacen oriundo de Ibiza, de familia judía y pasado corsario. Colón es un enigma, pero nadie duda de su audacia marinera en una época en que todavía buscaban el paraíso terrenal y la fuente de la juventud.