El buen tiempo permite que las Pitiusas despierten de su letargo invernal y ya se avistan las velas blancas de la Ruta de la Sal estallando en la mar color de vino, se experimenta cierto empacho de openings y reaperturas de aquellos que hacen negocio con el ocio y se sienten espléndidos a la hora de invitar a un chupito (¡una copa como Dios manda, por favor, y basta ya de medidores aberrantes empleados por barman abstemios!), hay que esquivar las carreteras cortadas por masoquistas ciclistas embutidos en maillots de color fosforito, etcétera.
También ha lugar para las visitas de monumentos en las iglesias pitiusas, que guardan el misterio cristiano entre hermosas ofrendas de flores. La mayoría son auténticas fortalezas donde se refugiaban los lugareños para protegerse de las razzias de los piratas berberiscos (por algo en esos tiempos no se estilaban las casas en la costa) y, además del bálsamo espiritual de la oración, también había cañones para la defensa y mucho vino para resistir.
La temporada turística se anuncia magnífica en un mundo loco que coquetea con el apocalipsis vírico o nuclear, pero cada uno juega como puede. Como me dijo una vez un tahúr pictórico: Al final, todo está bien, y si no lo está, es que no es el final. Y en esta parte del mundo todavía jugamos mejor que en aquellas machacadas culturas donde hoy mandan castradores regímenes totalitarios herederos del comunismo ateo, los mismos que negaron la fuerza espiritual que alienta el gozo de nuestro corazón enamorado.
Las velas se acercan en la mar empujadas por los vientos del deseo y los cantos de sirena. Navegar también ensancha el corazón y muestra que la vida se vive mejor con cierta poesía. ¡Feliz Pascua!