Los que me conocen bien saben que nunca me he considerado más que nadie y que solo presumo de mi profesión de periodista para mostrar lo contento que me hace trabajar en lo que estudié. Para dar las gracias a todos los que me abren las puertas de su vida o su trabajo para que yo humildemente pueda contarlo de la mejor manera que sé, escribiendo unas frases que, juntas, acaban teniendo cierto sentido. O simplemente, para dar gracias por todo lo que aprendo tras cada entrevista, cada llamada o cada acto al que tengo el privilegio y la fortuna de acudir en una isla como Ibiza.
Pero hoy, sí que sí, toca hablar de periodistas con mayúsculas. De esos que se dejan la vida por informar, por contar lo que nadie se atreve o por hacernos llegar lo que está sucediendo en lugares casi olvidados mientras nosotros lo vemos cómodamente desde nuestro sillón o desde el salón de nuestras casas. Esos que nos recuerdan, por lo general, esa parte mala del mundo a la que no estamos acostumbrados en Occidente o que simplemente preferimos no conocer.
Muchos se dejan la vida por ello sin que tengan el reconocimiento que merecen. El último caso es la periodista del canal de televisión Al Yazira, Shireen Abu Akleh, quien murió hace apenas unos días mientras informaba de un choque armado entre soldados israelíes y milicianos palestinos en una incursión militar israelí en el campo de refugiados de Yenin, al norte de Cisjordania. La Autoridad Nacional Palestina ha denunciado que la veterana reportera «fue asesinada a sangre fría por la fuerzas de ocupación israelíes» y que junto a ella también resultó herido el periodista palestino Ali Samudi, mientras que el ejército israelí asegura que fue alcanzada por disparos de palestinos armados en el enfrentamiento. Es muy posible que nunca sepamos la verdad de lo que sucedió porque hay demasiados intereses en juego y dentro de una semana ya nadie se acordará de Abu Akleh. Solo cuando se cumpla un año, cinco o incluso diez de su brutal asesinato.
Desgraciadamente aún pienso que ella ha tenido mejor suerte que los muchos periodistas que mueren en el peor de los anonimatos por hacer su trabajo. Shireen, al menos, ha tenido el funeral que se merece. Cientos de personas han llevado su féretro con la bandera del país por Ramallah, ya se han pintado murales en su recuerdo, y niños y niñas palestinas participaron en una vigilia con velas para condenar su asesinato en la ciudad de Gaza. Otros, en cambio, no tuvieron tanta suerte y han acabado en fosas comunes o simplemente recordados por sus familiares más cercanos sin que ni siquiera sepamos sus nombres.
Según la organización no gubernamental Campaña Emblema de Prensa, hasta el mes de abril 38 periodistas habían sido asesinados en 15 países. Estamos en mayo, dos meses después, así que la cifra posiblemente habrá llegado al medio centenar. Un número, un dato frío y terrible, que es significativamente superior a los registrados en el mismo periodo del año pasado, cuando mataron a 15 compañeros. Según los expertos, esto se debe a la guerra en Ucrania, donde hasta abril habían fallecido nueve periodistas, pero sobre todo al aumento de la criminalidad en México, donde la cifra ya se ha equiparado a los que cayeron en todo 2021.
Pero no son los únicos lugares del mundo donde informar es poner en riesgo tu vida. Haití, India, Pakistán, Yemen, Brasil, Chad, Estados Unidos, Filipinas, Guatemala, Honduras, Kazajistán, Birmania o Turquía son países que aparecen en el listado con periodistas muertos y por ello la ong pidió a las autoridades «luchar con mucha más firmeza contra la impunidad y buscar más activamente a los responsables de estos asesinatos y a sus patrocinadores». Ojalá. Pero perdonen que me ría entre dientes, mientras me guardo mi rabia, pero es que no me lo creo. Las palabras se las lleva el viento y en la mayoría de estos casos no llegan a nada. Si se inicia una investigación esta se cerrará a los pocos días por falta de pruebas y quedará archivada en un cajón como ha sucedido tantas y tantas veces y en apenas unas semanas el periodista, el cámara o el fotógrafo pasará a ser un número de un listado interminable. Un número al que recordar cuando se cumpla un año de su muerte y al que con el paso del tiempo solo sus seres queridos llevarán flores a su tumba, si tiene la suerte de tenerla.
Por ello, desde la comodidad de mi puesto de trabajo y escribiendo frente a mi ordenador, permitanme que me ponga serio aunque sea solo unos minutos y rinda un homenaje enorme a todos esos héroes anónimos que se dejan la vida por transmitirnos noticias. Aquellos que hacen que nuestra vida sea mejor luchando porque la información siga siendo un derecho, enfrentándose a quien haga falta, y por los que seguiré levantando mi copa para brindar por ellos. Por mi gente, por mi gremio, por mis compañeros. ¡¡Mucha fuerza!!