Fui espectadora indiscreta de ese abrazo. Ella una periodista de las dulces pero tenaces; dura y sensible, capaz de escribir sobre un jersey de angora con una perfección tan exquisita como para sentir su tacto para acto seguido desmontarnos el corazón describiendo la crueldad del cáncer cercenando vidas. Ella, una periodista.
Él un joven alegre, pero con los ojos oscuros de los niños maltratados; un menor herido y desprotegido, vulnerable en un sistema que a los 18 años lo arrastraba a la nada y a la incertidumbre, que un día gris se cruzó con su pluma y esta hizo magia. Hay personas que son luz. Él, un chico agradecido con ella y con la vida.
Yo, una intrusa que se vio inmersa en su reencuentro, los vi reconocerse, tocarse, abrazarse, separarse y volverse a abrazar, enjugarse las lágrimas y sonreírse, sonreírse mucho. Ella una mujer con el talento suficiente como para sentirse pequeña y humilde ante sus palabras y él, un joven formidable y dispuesto a comerse el mundo dedicándole cada mordisco a quienes le creyeron capaz de hacerlo. Yo, a su lado, sin saber si irme o si quedarme, terminé emocionándome con ellos, contagiada por esa energía mística de las almas que se hacen hermanas, orgullosa por la periodista a quien le cambió la fortuna aquella tarde y por el muchacho a quien ella le mudó el destino. El año que viene comenzará a estudiar la profesión de sus sueños, esa misma que le desveló en aquella entrevista y en la que estaba enredado cuando nos lo cruzamos. Se irá a Mallorca y disfrutará, como la mayoría de chicos de su edad, de una etapa trepidante y divertida mientras se forma. Sus primeros años fueron demasiado duros, injustamente crueles, pero él es ahora quien ha decidido con qué música bailar. ¡Qué bien sonaba la música de sus risas!
Los periodistas buscamos algunas veces la verdad, otras hurgamos en la pereza para despertar conciencias y emociones y solo algunas veces, las menos, aunque pongamos toda nuestra voluntad en ello, cambiamos historias. Estas páginas desde las que les escribimos son mucho más que crónicas de realidades enlazadas, son también un escenario de anuncios y de promesas y, en algunos casos, una tabla de salvación para quienes sufren injusticias, necesitan que sus voces sean escuchadas y reclaman una nueva oportunidad.
Los medios son puertas desde las que transitar a otras dimensiones, son ventanas que iluminan estancias y airean conciencias y aunque no siempre consigamos ventilar el ambiente cargado de una sociedad demasiado adormecida, a veces, solamente a veces, se abren.
Yo no sé si ustedes son conscientes de que al otro lado de esta hoja en la que nos hemos cruzado nos estamos desnudando mutuamente; usted al haber llegado hasta estas líneas del artículo con cierto interés y yo al relatarles sin prendas cada domingo mis anécdotas y vivencias. Y sí, están en lo cierto, esta relación que mantenemos es menos profunda que la que les he narrado, pero tal vez nos sirva para que, si mañana se cruzan con una crónica que les hace respirar como aquella, esa que fue capaz de que un lector anónimo decidiese ayudar a aquel crío para que hoy protagonice sonrisas, abrazos y artículos, ¡qué quieren que les diga! Para mí, todo esto habrá merecido la pena. Sigamos haciendo de las letras oraciones de abrazos.