Eso de que la Guardia Civil en prácticas en Ibiza tenga que dormir en el coche y, encima, comprarse el uniforme es buena prueba del delirio social al que estamos llegando. Son pocos, no dan abasto y viven en condiciones que serían denunciadas por cualquier ONG si fueran inmigrantes.
Otro tanto pasa con los sanitarios, que encima deben pasar un examen de catalán –el ibicenco oficialmente ya no existe y el español no basta— para poder curar a sus pacientes. Resulta especialmente incongruente que, con la escasez de personal cualificado en la sanidad pitiusa, se hagan divisiones lingüísticas a modo de cimitarra degolladora de infieles. El disparate empezó con los niños en la escuela pública y, con los años, han ido luego por el resto de la sociedad.
En la mar pitiusa persiguen a los llauts por rozar con su cadena la bendita posidonia, como si fueran megayates. Mientras tanto, emisarios y depuradoras (los agentes más dañinos para la salud del mar y la propia posidonia) siguen obsoletos o inacabados, vertiendo porquería y no se actúa cuando urge desde hace décadas. Da la sensación que se quiere proteger más a las gaviotas que a los bañistas.
Asociaciones vecinales se unen para denunciar los excesos de ruido ante la negligencia de los ayuntamientos. Los mismos locales y party-boats reinciden indecentemente en su contaminación acústica y animan a los espontáneos hooligans (hoy en día ser hooligan está de moda) a llevar el loro al hombro para joder la tranquilidad de cualquier vecino.
La cortesía y el sentido común son más fundamentales que las leyes para la convivencia, pero están en peligro de extinción por el auge de la mala educación entre tanto gañán y mafias atragantadas con carta blanca. Tanta incongruencia es explosiva.