Es digno de estudio el aguante de la sociedad ibicenca frente a empresarios sin escrúpulos que se aprovechan de Ibiza a costa de nuestra calidad de vida. Fiestas, fondeos, obras y alquileres ilegales, suciedad, colapso, accidentes marítimos, tráfico mortal, ruido en cada playa, saturación, reservas hídricas bajo mínimos, imposibilidad de acceder a una vivienda… ¿nos sale a cuenta vivir así? Esta es la realidad que se esconde detrás de la Ibiza que se vé en Instagram y se vende en FITUR.
Hemos vuelto a un ritmo suicida insufrible después de dos años de tregua en los que hemos constatado que vivimos mejor sin tanta presión demográfica provocada por un turismo de masas que arrasa con todo a su paso. No estamos ante un problema local, sino global, lo cual no es excusa para no poner coto a este abuso salvaje.
Las redes sociales han sido el escaparate perfecto para dar a conocer los desmanes de esos negocios nocivos que se reproducen sin cesar y que ya nos han causado una metástasis irreversible. El mayor ejemplo de ello es el infame Six Senses, en Portinatx. A través de un burdo greenwashing y sin tener vínculo alguno con Ibiza, celebran rituales místicos en honor a «pachamama» (Madre Tierra) mientras llenan la costa de cemento, organizan fiestas ilegales en dominio público y dejan a los negocios de la zona sin personal. Su codicia es proporcional a la soberbia con la que nos intentan convencer de que antes de ellos Sant Joan era un páramo inhóspito. La última moda tóxica a la que se han apuntado es difundir la ubicación de los últimos rincones de la isla en los que los residentes nos podemos refugiar de la masificación, una práctica que causa un daño irreversible al entorno. La dicotomía es clara: o sobreviven este tipo de iluminados perversos o nosotros.