De joven, el director, escritor, productor y dibujante californiano Tim Burton lucía una apabullante melena formada exclusivamente por greñas y mechones enredados, igual que Eduardo Manostijeras, así como gafas muy oscuras de gran tamaño, porque le gustaba verlo todo negro, lleno de sombras tenebrosas y amores más allá de la muerte. Luego, cuando a base de hacer películas de terror gótico hilarante, género fantástico en el que era maestro, a este enamorado de Poe y del siniestro dibujante cómico Edward Gorey se le fue cayendo el pelo, empezó a crecerle la frente hasta ser interminable, aunque no así su talento cinematográfico. Sus fans dicen que Tim Burton ha perdido fuelle creativo, y que sus monstruos, pesadillas antes de Navidad, novias cadáver y demás criaturas macabras ya no son tan divertidas como antes, y sus historias oscuras, pero poéticas, menos desternillantes. En fin, ya se sabe cómo son los fans. Siempre nostálgicos, siempre quejicas, nunca contentos. Recordando siempre los viejos y buenos tiempos, los del Burton desgreñado; hasta sus antiguas pelis de Batman les parecen ahora obras maestras. Por contraposición con las más recientes, claro está. Ah, los fans. Nosotros no somos así; a nosotros, si alguien hace una buena película, o escribe un relato excelente, o incluso una única página memorable, cosas todas ellas dificilísimas, ya cuenta con nuestra gratitud y admiración eternas. Y Tim Burton lo consiguió varias veces. Hasta tenemos debilidad por uno de sus supuestos fracasos, El barbero diabólico de la calle Fleet, que disfrutamos a fondo. Truculencia gótica hilarante, y encima musical, con canciones ensangrentadas. Sólo por eso, y aunque no esté de actualidad, había que rendirle homenaje. Incluso toleramos a Johnny Deep y Helena Boham Carter, si la peli es de Burton.
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