El bocadillo de jamón del bar Costa, en Santa Gertrudis, ha sido elegido por una plataforma guiri como el mejor de España y decimoséptimo del planeta. No suelo hacer caso de semejantes guías turísticas, pero me alegra el reconocimiento a uno de mis bares favoritos.
El Costa es un oasis en medio de tanta cursilería imperante, cadenas de susto-gusto estándar y caras chorradas de fusión venenosa para víctimas que nunca comieron bien en su casa. Permanece fiel a su esencia y Pepe Costa cuelga los jamones con el mimo que un conservador del Prado coloca un Goya. El interior del bar también es un museo donde se puede admirar una personalísima colección pictórica, en la que destacan los cuadros de mi amigo Andrés Monreal, que adquieren todavía más fuerza onírica y chispa sensual cuando la chimenea está encendida y las botellas se vacían alegremente. ¡Cambalache!
La terraza del Costa es uno de los privilegiados miradores hacia la inclasificable fauna pitiusa, que escoge frecuentemente un pueblo coqueto sin estridencias del bakalao exclusivo para el rebaño clubber. Este es un templo pagano donde a veces suena el rock&roll y se bebe, ríe, confiesa, conspira y liga de mesa a mesa con camaradería alcohólica y sencillez antigua.
Ya solo falta que los matasanos burrócratas anulen su delirante ley totalitaria propia de un patio de colegio (viola quinientos años de libertad nicotínica) y volvamos a fumar en sus taburetes, copa en mano, admirando como el Costa desafía el paso del tiempo ajeno a las modas y ofertas de los gañanes que vienen a hacer el agosto.
Y sus bocatas realmente están cojonudos.