Los cenáculos y mentideros de la Villa y Corte son insaciables. Como si no pasaran cosas en el presente, los ‘rumorólogos' han empezado a dedicar sus afanes a hablar/escribir acerca de la sucesión de Pedro Sánchez. ‘¿Tiene Sánchez un delfín?' me preguntan numerosos colegas y amigos estos días en los que ando de ‘bolos' presentando un libro sobre los gobiernos del PSOE. No, les respondo a todos; Sánchez ha hecho tabla rasa de cuanto pudiese olerle a sucesión. Encabeza el partido más personalista que se conoce desde que, hace cuarenta años, los socialistas comenzaron a gobernar en España.
Estos días, el PSOE anda de festejos, volviendo la vista hacia su propia Historia más que dedicándose a otear su futuro. Cuarenta años han pasado desde que Felipe González ganase aquellas elecciones del 28 de octubre de 1982 y se diría que el mundo, Europa y España han cambiado, lógico, mucho. Pero que en los últimos cuatro años el acelerón, por diversos motivos, ha sido mayor, más rápido, más drástico, que en las tres décadas anteriores. Y hay, por tanto, que plantearse cosas y soluciones nuevas para afrontar un porvenir que la verdad es que nadie parece saber prever con exactitud ni con eficacia.
Algo de eso, creo, avizoraron Pedro Sánchez y Núñez Feijóo cuando se reunieron este lunes, tras meses dándose la espalda, en La Moncloa. No se trata solamente de renovar el gobierno de los jueces, claro, con toda la importancia que el tema tiene. Es mucho más lo que nuestros principales representantes tienen que debatir y acordar ante unos tiempos de presumible economía, sociología y moral de guerra. Porque los árboles del constante cambio diario no nos están dejando ver el bosque del enorme Cambio, con mayúscula, que se está produciendo desde en las estructuras económicas hasta, por ejemplo, las territoriales, con el giro copernicano experimentado, sin ir más lejos, en Cataluña.
Las portadas de los periódicos de todo el mundo se visten del horror desatado por la mente de un autócrata como no se conocía desde los tiempos de Hitler o Stalin. Las naciones tienen que demostrar que han aprendido la lección. Puede que algunos gobernantes europeos ya no sirvan y que los que vienen a relevarlos sean los más inadecuados para reinstalar un espíritu de paz y de progreso como hasta 2019, últimos año en el que, aunque no nos dábamos cuenta, fuimos felices y despreocupados, ignorantes de la que se nos venía encima, que no era solamente una pandemia.
No sé si los dirigentes políticos que han tenido que transitar este tiempo son ahora los más adecuados para ordenar los tiempos que vienen, sean cuales fueren. O si, por el contrario, el entrenamiento de estos tres años duros, llenos de imprevistos ante los que había que improvisar remedios, les habrá servido para consolidarse como ‘dirigentes para todas las ocasiones'.
Esto, nada menos, es lo que habrá de demostrar Sánchez si quiere ganar las elecciones y, por tanto, sobrevivir como inquilino de La Moncloa. A menudo me piden un juicio unívoco, tajante, sobre los méritos o deméritos acumulados por el presidente del Gobierno en los cincuenta y un meses que lleva en el cargo. Hago balance y respondo que de todo ha habido: inútil aseverar que Sánchez lo ha hecho todo bien o todo mal. Creo que los más conscientes y más templados en la oposición y en los medios también lo entienden así.
Hablar, por tanto, de la sucesión de Pedro Sánchez barajando figuras que, desde la de Nadia Calviño o Pilar Alegría hasta la de Yolanda Díaz, carecen aún de la trayectoria y seguramente de la voluntad para heredar el asiento del actual presidente, es, me parece, hablar por hablar. Un intento quizá de desgastar al actual ‘número uno'. Pero no puede esconderse la lógica preocupación ante la falta de relevo, ante la carencia de un auténtico ‘número dos' en los esquemas del actual poder. Eso quizá esté pesando no poco en las encuestas que vamos conociendo y que registran una subida en la intención de voto del principal partido en la oposición: una formación tan presidencialista como el PSOE ofrece pocas garantías de estabilidad, muy escasa seguridad política y hasta jurídica.
Es algo que, junto con la necesidad de introducir nuevos modos y métodos en la política, probablemente deba plantearse cuanto antes el partido gobernante, una vez que concluyan los fastos de las conmemoraciones de algo que ocurrió hace cuarenta años, nada menos.