El pasado domingo el Señor nos hablaba de la oración perseverante y llena de fe. La parábola presenta dos tipos humanos contrapuestos, el fariseo, meticuloso en el cumplimiento externo de la Ley; y el publicano, por el contrario, considerado pecador público. La oración del fariseo no es grata a Dios debido a su orgullo que le lleva a fijarse en sí mismo y a despreciar a los demás. Se jacta de lo bueno que ha hecho, y no es capaz de reconocer sus pecados, como se cree ya justo, no tiene necesidad, según él, de ser perdonado. El publicano reconoce su indignidad y se arrepiente sinceramente. Estas son las disposiciones necesarias para ser perdonado por Dios. Por esta razón, uno es perdonado, y el otro no. El publicano baja a su casa perdonado, y aquel no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será enaltecido.
Todos nosotros podemos decir: Señor, sencillo y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo. Este domingo celebramos el Domund. El día de las misiones. El día mundial de la propagación de la fe. ¿Qué podemos hacer para que la fe de Cristo aumente en todos nosotros? Podemos ayudar a las Misiones y a los misioneros, con la oración, el sacrificio y la limosna. De este modo ayudamos eficazmente a las Misiones y a los misioneros. Con la oración alcanzamos de Dios la fecundidad del Apostolado misionero, porque sin la bendición del Señor, nada se puede llevar a feliz término.
Con el sacrificio, piensen los enfermos y todos lo que sufren en su cuerpo o en su espíritu, cuánto bien pueden hacer si saben ofrecerlo a Dios a favor de las Misiones. Santa Teresa del Niño Jesús, la gran santa francesa; ofrecía sus muchos e intensos sufrimientos pensando, tal vez, en tierras lejanas, algún misionero necesita su ayuda para no desanimarse y seguir trabajando para la gloria de Dios. Con la limosna podremos colaborar en los proyectos de la Misión. Que la Reina de las Misiones nos ayude para que Jesucristo sea conocido y amado por todo el mundo.