Con tantas noticias tremendistas y activistas de extrema seriedad, a muchos les seduce perderse en esa nueva paja mental que es el metaverso, algo tan insulso y políticamente correcto como un cocktail sin alcohol o un viaje encapsulado en alguna carraca espacial. ¡Pobres eunucos mentales temerosos del contacto vital! Es mucho más excitante bailar la samba y mezclarse con la vida, especialmente en estas calmas de Enero que se dilatan en las Pitiusas.
Por cierto que el sentido del humor ayuda a sobrevivir y recuperarse de los golpes deportivamente. En tiempos de la censura franquista, La Codorniz publicó un memorable parte meteorológico: «Reina un fresco general procedente de Galicia». El cachondeo fue de lo más liberador aunque la revista tuvo que cerrar temporalmente.
El mayor enemigo de la corrección política (arma de distracción masiva empleada tanto en dictaduras como en democracias, que al genial Mingote ya quisieron encerrarlo) es el liberador sentido del humor. Una carcajada a tiempo o el uso de la ironía desarma a los fanáticos que hacen gala de la seriedad del burro. Como son incapaces de reírse de sí mismos, entonces fingen ofenderse. La corrección política, que nada tiene que ver con la buena educación, siempre ha sido impulsada por mediocres, ya sean jefazos de estado, directores de colegio o proclamados gurús de una secta de bolas tristes.
«Yo no aspiro a enseñar, sino a divertir, señor Abad. Toda mi doctrina está en una sola frase: ¡Viva la bagatela! Para mí, la mayor conquista de la humanidad es haber aprendido a sonreír», tal era el credo de ese mago cachondo y místico que era el marqués de Bradomín, el Don Juan más admirable: era feo, católico y sentimental.