Estos últimos días se han estado dando a conocer los beneficios de los bancos en el año que se ha cerrado recientemente. Los mismos ofrecen un resultado que para unos es histórico y espectacular, mientras que para otros, yo diría que la mayoría, suena a clara indecencia. Por poner dos ejemplos muy claros, señalar que el beneficio del Banco de Santander ha sido de 9.600 millones de euros y el del BBVA de 6.420.
La noticia en sí misma y desde el punto de vista macroeconómico puede parecer espléndida, pero a poco que uno rasque y analice un poco, se podrá deducir que es mucho más grotesca de lo que pudiera parecer. No podemos olvidar bajo ningún concepto que hace ahora algo más de diez años y en plena crisis económica, la capacidad y solvencia bancaria se encontraban bajo mínimos y en serio peligro. En esa coyuntura, se decidió que era imprescindible proceder al rescate financiero de los bancos. El Gobierno del Estado, con Mariano Rajoy al frente, acabó inyectando 58.000 millones de euros a ese sector financiero.
Por mucho que se empeñara Rajoy en afirmar que más que un rescate, se trataba de un crédito que los mismos bancos acabarían devolviendo, la realidad es que desde 2012 hasta hoy, los bancos en cuestión solo han devuelto a las arcas públicas unos 6.000 millones de todo lo que se les inyectó. No hace falta fijarse mucho para darse cuenta de que esa cantidad devuelta por todos los bancos que fueron rescatados es inferior al beneficio obtenido en un solo año por cualquiera de las dos entidades antes citadas.
Resulta curioso, por no decir insultante, ver como para el PP era necesario o incluso loable que 58.000 millones de todos los españoles acabaran en las arcas de los bancos y, en cambio, ese mismo partido se rasga ahora las vestiduras por el impuesto extraordinario que el actual Gobierno ha decidido aplicar a las entidades financieras. Por cierto, reseñar que el citado impuesto a los bancos aportará a la Hacienda Pública algo menos de 1.000 millones. Es evidente la falta de escrúpulos y de moral política y social.
En buena medida, esos beneficios históricos se deben a la constante subida de los intereses que gravan el crédito y resultan especialmente sangrantes los que se aplican a las hipotecas y que van a suponer para una hipoteca media un incremento mensual de más de 250 euros. Esa cantidad al mes, sumada a la que ya se venía pagando, ha hecho que muchas familias ya no puedan hacer frente a esos pagos y se vean de repente en la mismísima ruina.
En nuestro país, el número de directivos de banca con sueldos millonarios sube escandalosamente, siendo de los mejor pagados de toda la Unión Europea; mientras, cada vez se prescinde de más y más empleados, se cierran cientos de oficinas por toda España, se elimina cualquier atisbo de servicio directo al cliente, se incrementan las comisiones a cobrar por mover el más mínimo papel, se condena al ostracismo a los clientes de mayor edad que no se manejan bien en lo que se ha venido a denominar «banca online» a través de internet.
A la vista de semejante escenario, ¿puede alguien seguir defendiendo que es inadecuado el impuesto extraordinario a las entidades financieras? ¿Pueden los bancos protestar y quejarse por ese impuesto cuando todavía tienen en sus bolsillos más de 50.000 millones de todos los españoles? Las respuestas a esas preguntas son clarísimas, en ambos caos «no se puede».
Resultan prácticamente insultantes las ruedas de prensa de los bancos anunciando el histórico resultado al cierre del ejercicio de 2022. A los directivos de la banca que exponen las cifras se les ve encantados, ya que no paran de frotarse las manos pensando en los suculentos bonos que van a llegar a sus bolsillos, además de los sueldos millonarios que se embolsan y que también se van engrosando a marchas forzadas. Paralelamente, no les importa nada que un mileurista tenga que elegir entre comer o pagar el recibo de la luz, ni que quienes por tener un sueldo algo más digno y con una hipoteca a cuestas, no sepan ahora sin van a perder su casa por no poder hacer frente a la deuda contraída con sus bancos.
Ese sector de la banca y sus más altos directivos no merecen el menor respeto por parte de buena parte de los ciudadanos a los que vienen explotando sin ningún reparo. Del mismo modo que tampoco son merecedores de ese respeto los componentes de la patronal de nuestro país, ni los políticos agoreros que predecían un apocalipsis económico ante cualquier ridículo incremento de los sueldos más bajos.
Lo único cierto es que, en España, por mucho que les pese a algunos, la brecha entre los más ricos y los más pobres se va haciendo cada vez más y más grande. Sirva para demostrar tal cosa un solo dato; el beneficio empresarial ha subido siete veces más que los salarios.
Ante tantas evidencias, más que históricos, los beneficios de la banca son insultantes y repugnantes.