La vida es un carnaval, sí; y el Congreso una jaula de grillos, también. ¿De qué se disfrazarán nuestros vulgarísimos mandamases? Se les cayó la máscara hace tiempo y, ahora que muestran abiertamente su caradura, aguantan aferrados a la púrpura del poder como vampiros en el escote boliviano de la divina Raquel Welch. Ya que en Celtiberia no dimite ni el tato y el cursi y mentiroso psicópata sigue decretando leyes de efectos delirantes, ¿habrá adelanto electoral? Nunca fue tan necesario. El insomnio sanchista produce monstruos sonámbulos.
Históricamente el cocktail de nacionalistas-socialistas-comunistas suele dejar una resaca espantosa. Algo así como un trago de sumisión química, bebida favorita de la minoría radical y los tiranos abstemios, cuyo objetivo es anular la voluntad, el pensamiento libre, el sentido común, para desbarrar por el delirium tremens del totalitarismo, en esa granja donde todos somos iguales pero sí o sí los hay más iguales que otros.
En Baleares, por ejemplo, es más igual el médico que sepa hablar catalán que el doctor mejor capacitado para sanar. Cosas extrañas que se veían venir con la yihad lingüística, que un partido conservador estableció hace años en los colegios para que un partido progresista lo acentuara al resto de la sociedad. Por lo visto en sanidad (también en el solfeo de una orquesta, servicios de limpieza, etcétera) importa más el ridículum que el currículum, se prima parlar el catalán estándar (oficialmente el ibicenco no existe y el español no basta) antes que la excelencia en la profesión. Un sanador universal y humanista como el gran Arnau de Vilanova diagnosticaría que tales complejos son reveladores de pobre salud mental y encanijamiento de espíritu.