Lo de irse de putas al cerrar un negocio es una tradición ancestral por todo el ruedo ibérico. El asistente puede limitarse a tomar una copa, a la segunda cantar Asturias patria querida y la tercera follar leoninamente, que el orden de los factores no altera el producto. Pero lo de mezclar chanclas, meretrices, coca y estúpidos selfies, horas después de haber votado pomposamente en el Congreso contra la prostitución, es coto de la cutre, hipócrita y emputecida clase política. En el país de la cocaína con churros, Torrente es James Bond.
Naturalmente que las fotografías –vanitas vanitatis— siempre podrán actuar como jugoso chantaje si al burrócrata de turno le da por hacer alguna putada. Entonces, si fuera consecuente y tuviera algo de personalidad, podría afirmar que el sexo es una de las cosas más bonitas, naturales y gratificantes que pueden comprarse con dinero. Así opinaba el escritor Tom Clancy, epatando a sus puritanos compatriotas que, no quieren darse cuenta, de que un puritano nada tiene que ver con la pureza.
Pero mucho más escandaloso que la visita al burdel (por algo rebajarían la malversación) resulta que el PSOE ponga trabas a la policía para el registro del despacho del diputado putero. Repiten como un mantra sentir repugnancia, pero con su blindaje supremo dificultan la labor de la justicia ante un caso que atufa a corrupción generalizada. Mientras tanto sus socios podemitas, los feministas más queridos por los violadores convictos, dicen que nanay a una comisión de investigación solo porque la pide el PP. Es una situación delirante, freudiana, picaresca, pero nada sorprendente: El concejal roba como el buey muge y entre putas anda el juego.