En el conflicto de la sanidad pública pitiusa alguien sufre paranoia o miente como un bellaco. También podrían ser ambas cosas en el clásico divorcio de la realidad al que llegan los que alcanzan la púrpura del poder. Las declaraciones de los políticos encargados de la cosa chocan frontalmente con las opiniones de pacientes, médicos y personal de enfermería. Del afirmar que hay una muy buena situación sanitaria o que Ibiza y Formentera son un destino de gran atractivo para los médicos, en palabras de los responsables socialistas del Govern, pasamos a la manifestación donde los que conocen de primera mano el cotarro dicen todo lo contrario.
La histeria lingüística tampoco ayuda. Antes que el mérito profesional, la maestría en el arte de sanar, cuenta, como un requisito ineludible, el parlar catalán. Oficialmente el español no basta y el ibicenco no existe. Es una situación chocante que demuestra, una vez más, la genial definición de Groucho: «Un político es alguien que busca problemas, los encuentra, emite un diagnóstico falso y aplica la solución equivocada». Y además negará cualquier responsabilidad y echará balones fuera, resistiendo los cuatro años de bula electoral con una incapacidad para el cargo del todo manifiesta.
La alianza de socialistas con radicales para gobernar ha provocado una gran pérdida de sentido común, de seny. También una increíble diversión en costosas paridas o disparates legislativos, que aumentan la confusión y cierta sensación de irrealidad. Existe un problema en la sanidad y el primer paso para arreglarlo, es reconocerlo. Es algo fundamental que debiera unir a socialistas y populares por el bien común. Para curar el delirio hacen falta mejores gestores y menos mercenarios de partido.