Tratar de hacer creer a la ciudadanía que un espacio electoral en el que participan nueve candidatos a presidente o presidenta del Govern, es un debate, resulta una tomadura de pelo. Si acaso será un espectáculo televisivo entretenido, que no digo que no; o será una tómbola de propuestas electorales; o un totum revolutum, qué sé yo. Pero un debate, no es. Debate sería si Francina Armengol, la candidata socialista a la reelección, hubiese aceptado mantener un cara a cara con la candidata del PP, Marga Prohens. Es lo que se acostumbra a ver antes de unas elecciones y es lo que los países democráticos sostienen en todo proceso electoral, sin que nadie se rasgue las vestiduras ni ponga el grito en el cielo, como sucede aquí con partidos minoritarios que no alcanzan el 20 por ciento de los votos de PSOE y PP juntos. No hubo debate alguno porque el formato no lo permite ni que quisieran los participantes, que no querían. La candidata de Podemos, Antònia Alcover, incluso leía sus intervenciones, lo que dice mucho de ella, pero todo muy malo. Dado que luego ha repetido el modus operandi en otros «debates» similares fuera de la televisión pública, debemos concluir que no da para más.
Pero lo que resulta hilarante son la decena de auxiliares de árbitros de baloncesto, con el cronómetro en mano, midiendo las décimas de segundo que cada cual abría la boca para no decir nada que fuera de interés y que no se supiera con antelación. Lo dicho, un espectáculo televisivo que terminó a las doce y cuarto de la madrugada, pues lógicamente vieron pocos telespectadores. Y es mejor así. Que el director general de IB3, Andreu Manresa, se haya achicharrado por impedir lo que vimos, demuestra claramente su descomunal error al plegarse a las exigencias del PSIB. Inútilmente, hay que añadir.