A estas alturas no creo que haya nadie en toda España que no sepa cómo quedaron las elecciones municipales y locales del pasado domingo. De hecho, cuando lean este artículo habrá pasado casi una semana de una jornada que, nos guste o no, nos convierte en una sociedad con un privilegio que no tienen otras, el poder expresar nuestra opinión mediante un voto en una urna. Porque sí, por más que nos gusten los unos o los otros, gracias a mis padres comprendí que es necesario hacer un pequeño esfuerzo y votar para ejercer un derecho que, desgraciadamente, no tienen muchos otros.
Y como en todas las elecciones hay ganadores, perdedores y algunos que ni fu ni fa. Y seguramente ya sabrán que la isla se ha teñido de color azul simbólicamente porque el Partido Popular ha arrasado consiguiendo cuatro de cinco mayorías absolutas en Ibiza, más la del Consell d'Eivisa y el Consell de Formentera. Y por supuesto que el Partido Socialista, Unidas Podemos u otros partidos o agrupaciones que se presentaban se han pegado un enorme batacazo a excepción, tal vez, de la Agrupación de electores de Santi Marí o Sa Veu des Poble que en Sant Joan de Labritja han sacado dos concejales cada uno y que podrían estar en la categoría del vaso medio lleno o medio vacío. Pero lo dicho, si buscan en mí un sesudo analista político creo que se equivocan de persona.
Entre otras cosas porque tengo un pequeño problema que se llama empatía. Miren, no se lo voy a negar, tengo buenos amigos y gente a la que respeto infinitamente en todos los partidos porque, entre otras cosas, y aunque no comparta ciertas ideas, me parecen personas íntegras, trabajadoras, convencidas de lo que hacen y a las que les une el deseo común de intentar cambiar y mejorar esta sociedad. Por ello me emocionó mucho ver lágrimas de pena, rabia y frustración en el bando perdedor o sus caras de decepción viendo como los cálculos no daban y el batacazo era cada vez más claro. No tuve problemas en abrazarme incluso con algunos de ellos porque, sinceramente, la situación no era nada fácil. Y por el otro lado, también me alegro mucho por algunos que conozco entre los ganadores porque sé de primera mano que en algunos casos hay detrás un equipo tremendamente concienciado que lo ha dado todo y que se ha esforzado al máximo para conformar un programa que según sus ideas busca mejorar el día a día de nuestros ciudadanos. Y porque sé que les une la misma ilusión y las mismas ganas que los que perdieron por dejarnos una isla mejor que la que tenemos, por más que no comparta algunas de sus medidas. Y ante esto, simplemente, señores me quito el sombrero.
Estoy seguro que me tacharán de equidistante y que las redes sociales arderán, pero sinceramente creo que de todos los partidos excepto uno al que prefiero ni nombrar se pueden sacar conclusiones positivas. Todos tienen sus cosas buenas y sus cosas malas, no todo es negro ni es blanco, y por más que siempre acabo virando hacia un lado por herencia familiar, para mí lo importante es que este barco de mi día a día siga recto y no se hunda. Tal vez mi postura sea de cobardes en un mundo donde la sociedad cada vez está más polarizada y donde tienes que ser mucho de uno o mucho del otro, o donde al contrario se le da sin piedad ninguna. Tal vez sea una especie en peligro de extinción pero a riesgo de pegarme una gran ostia sigo creyendo que es posible otro tipo de sociedad. Una sociedad donde las confrontaciones sean las menores posibles, donde todos podamos convivir en paz, pudiendo hablar de todo y de todos con tranquilidad, sin el riesgo de caer una y otra vez en el agravio constante y en el tú más por parte de los unos y los otros. Una sociedad ideal y seguramente imposible sin textos ni artículos en los que se hable mal una y mil veces de alguien, por mucho que no se esté de acuerdo con sus medidas de gobierno o que este ya no ejerza. Una sociedad donde se siembra un odio y un rencor que pueden durar para siempre provocando que en lugar de ir para mejor vayamos para peor. Porque, para mí, siempre es mejor sembrar una planta y regarla para que crezca y se desarrolle lo más fuerte y bonita posible que pisarla y destruirla. Y porque si a mí me dan a elegir, me quedo con los bosques y los jardines antes que con los páramos desiertos. Y porque señores, para mí hay personas muy buenas y muy válidas en todos lados, sin importar si piensan o no igual que yo. Porque al final, todos somos personas con nuestras cosas buenas y nuestras cosas malas y por eso, para todos, el máximo de mis respetos.