Existe en Sant Llorenç un centro budista increíble que lleva una gente estupenda. Lo he visitado varias veces y siempre he tenido la sensación de sumergirme en un remanso de paz y tranquilidad digno de otro mundo. Es una sensación indescriptible lo que allí se respira porque, desgraciadamente, a pocos metros, en la carretera cercana vuelve el caos, el estrés y el lío de cada temporada en Ibiza, con toda la isla llena de coches y motos mientras los que mandan siguen buscando como solucionar el problema del colapso de nuestras carreteras y calles.
Durante la campaña electoral hemos oído muchas buenas palabras sobre este tema pero luego nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato. O quizás es que no saben o no pueden ponerle freno a este problema que, junto al de la vivienda, es el mayor que sufrimos porque, nos guste o no, vivir rodeados de mar nos limita mucho y porque como dijo hace unos días el presidente del Consell d'Eivissa, Vicent Marí, en la presentación de un barco «para los que somos isleños nuestras autopistas son el mar y el aire».
Solo hace falta ponerse al volante durante unas horas por nuestra isla para darnos que la situación es insoportable. Las carreteras son las que son y a pesar de que en algunos casos se han intentado mejorar son tantos los vehículos que hay durante los meses de verano que ya es imposible que quepan todos. Circular por casi cualquiera de ellas es armarte de paciencia, tranquilidad y también de valor porque mientras unos van a veinte, otros miran el móvil, otros están de juerga y otros, ya desesperados, adelantan de cualquier manera por líneas continuas, curvas sin visibilidad o cambios de rasante poniendo en peligro la vida de cualquiera que se cruce con ellos. Y es que no es de recibo que para ir desde Ibiza hasta Santa Eulària puedas tardar tres cuartos de hora o que para llegar hasta Sant Josep saliendo desde Vila te lleve prácticamente treinta minutos.
La historia tiene aún más miga si nos metemos en Vila. Dicen los que saben que el futuro de las ciudades pasa por hacerlas peatonales y más amables pero mientras eso llega y con un poco de suerte lo puedan ver los hijos de mi hijo, en la capital de la isla es una utopía. A día de hoy esto parece imposible porque bajar con el coche al centro de la ciudad es una aventura difícilmente soportable. Da lo mismo que vayas a trabajar o de ocio porque intentar dejar tu vehículo en según qué zonas es una odisea que deja la de Ulises en una nimiedad. Vueltas y más vueltas, pitidos por todos lados, coches en doble fila, vehículos de trabajo descargando, motos aparcadas donde no les toca, turistas despistados cruzando por cualquier lado o mirando el móvil sin importar si ponen en riego su vida… ponen a prueba la salud mental y la paciencia de cualquiera, llegando a sacar de quicio hasta el Dalai Lama. Y todo porque las calles y los aparcamientos son los que son a no ser que quieras gastar buena parte del presupuesto de tus vacaciones en el aparcamiento de pago.
Y mientras, siempre hay alguien que se hace de oro como las empresas de rent a car. Vaya por delante que no tengo nada en contra de ellas y que no es cuestión de demonizarlas porque simplemente son empresas que han visto un filón y una oportunidad de oro en una isla como Ibiza. El problema no es suyo porque simplemente ofrecen un servicio aprovechando que de momento no hay freno y porque todo se limita a una cuestión de oferta y demanda. Pero lo que no puede ser es que todos los años veamos como llegan más y más coches desde la península sin ningún tipo de control aunque ya no quepan más. Ellos velan por su negocio y no hay nada malo en eso porque poderoso caballero es don dinero pero la cuestión es si es razonable o no.
Y por supuesto el resto de mortales también tenemos buena parte de la culpa en este problema. Los residentes nos hemos acostumbrado a vivir en un nivel de vida que nos exige tener dos y hasta tres coches por familia. Ya quedaron atrás los tiempos en que se compartía un vehículo y tener otro de repuesto era de privilegiados porque en pleno 2023 lo normal es tener uno para el padre, otro para la madre y si me apuran otro para el hijo y la hija que se acaba de sacar el carnet. Hay quien me argumentará que eso se debe a la deficiente oferta de transporte público y tal vez no les falta razón, pero créanme hay maneras de organizarse mejor pensando además en lo que se contamina.
En fin, que como siempre digo esto es una pequeña gran pataleta de un barruget de secano que servirá de bastante bien poco. Una pequeña gruñonada de un simple escribiente que junta líneas cada fin de semana, porque a fin de cuentas hoy mismo me volveré a poner al volante y me volveré a armar de paciencia mientras me desespero, repaso todos los santos del santoral y pienso sobre lo que voy a escribir para el próximo domingo.