Ahora va a resultar que los jets privados aparcados en el aeropuerto, los restaurantes de playa y las discotecas de Ibiza son los responsables máximos de la crisis climática que amenaza al planeta entero. La campaña de protestas que han tenido lugar en Ibiza y de las que hemos tenido noticias en los últimos días así lo indican. Los activistas de Extinction Rebellion y Futuro Vegetal han protagonizado tres acciones reivindicativas en Cala Jondal, es Codolar y Vila, alguna de ellas de evidente tinte delictivo, lo cual hace que el asunto abandone lo anecdótico para entrar de plano en el campo judicial. Eso debería hacernos reflexionar a todos, en especial a los activistas, sobre lo que se hace, lo que se pretende y lo que finalmente se consigue. Y a los responsables de la seguridad del aeropuerto, por supuesto, porque es alarmante que alguien se pueda colar en el recinto con tanta facilidad y perpetrar una fechoría sin especiales dificultades.
Todo movimiento social que persiga la protección del medioambiente y concienciar a la ciudadanía y a los gobernantes de que urge actuar en ese sentido, merece respeto y seguro que concita simpatías entre la población. Sin embargo, cuando para llamar la atención, se ejecutan actos deliberados de vandalismo o directamente delictivos, como parece ser el caso que nos ocupa, cuando se arroja pintura en paredes y una aeronave, se logra el efecto contrario al que se perseguía. La sociedad, por lo general, no simpatiza con quienes cometen este tipo de actos que dañan bienes ajenos sin ninguna necesidad ni beneficio. Lo vemos ahora y lo hemos visto en anteriores ocasiones en otros lugares de Europa, cuando activistas por el cambio climático han arrojado pintura sobre valiosas obras de arte, por citar algún ejemplo de relevancia mediática.
Huelga toda reflexión sobre la rentabilidad de actos delictivos que conllevan la detención y puesta a disposición judicial de los presuntos autores, lo que puede acarrear penas importantes y también cuantiosas multas económicas e indemnizaciones a los perjudicados. Hasta aquí llega la broma.
Sucede que en Ibiza hay un puñado de gente radical que está convencida de que cometiendo este tipo de actos ilícitos van a conseguir que los gobiernos reaccionen más enérgica y eficazmente ante la emergencia climática que amenaza la supervivencia del planeta. Y que harán cambios en el sistema agroalimentario, de modo que se deje de subvencionar la ganadería y el consumo de carne, para destinar esos recursos a la promoción de una alimentación basada en los vegetales, que es mucho más ecológica y sostenible.
Pero esto no es así. Y aunque lo fuera, que no es el caso, ¿íbamos a solucionar la crisis climática planetaria cerrando las discotecas, los restaurantes de playa y prohibiendo los vuelos privados con destino u origen a Ibiza? Es ridículo pensarlo. Además, resulta curioso que los activistas se movilicen en lugares emblemáticos donde la gente acude a divertirse y a disfrutar de los placeres de la vida sin causar mal a nadie. Los asocian a las «emisiones de lujo», «la industria del lujo» y argumentan, con un nivel de demagogia e infantilidad alarmantes, que los ricos contaminan más que los pobres. Vamos, que «los ricos son un lujo que no nos podemos permitir». Al final resultará que cualquiera que haya ido alguna vez a tomarse una copa y a bailar a Pacha es rico. Y ellos sin enterarse.
¡Acabáramos! Aquí es donde nos llevan a parar, a la eterna guerra entre ricos y pobres. Como si el hecho de que no hubiese ricos en Ibiza fuese a salvar el planeta, ¿verdad? Es delirante.
No hemos visto a los activistas climáticos con ansias desmedidas de protagonismo mediático preocuparse por las emisiones de CO2 generadas en el incendio de la planta de biomasa de Sant Rafel. Ni tampoco por la calidad del agua vertida al mar desde los emisarios de las plantas depuradoras. Contra eso no protestan, claro, porque de lo que se trata es de denunciar que en el planeta hay ricos y hay pobres. Y que los ricos son malos y que los pobres son buenos. Ergo, todos debemos ser pobres.
Este discurso tan básico y elemental, netamente pueril y ridículo, solamente puede despertar un gran sentimiento de pena y de compasión por quienes así piensan. Y muchas ganas de que la Justicia haga su trabajo. Mientras ellos pierden el tiempo y nos lo hacen perder a los demás, en Ibiza miles de empresarios y trabajadores se esfuerzan cada día por ofrecer a los turistas y residentes servicios de calidad que son valorados muy positivamente en todo el mundo. Los intentos de copiar en otras partes del planeta lo que se hace aquí son incontables. La gente cumple con la normativa y paga sus impuestos. Contrata trabajadores y genera riqueza en la Isla. Trabaja duro para ganarse la vida y hacer feliz a sus clientes. Eso sí que es un activismo meritorio y no pintar una avioneta. ¡Ridículas!