Que el agua es la bebida más peligrosa lo sabemos todos los viajeros desde antes de Herodoto de Halicarnasso. Por eso me reconforta que en Periódico de Ibiza alerten de los peligros de beber H2O en botellas de plástico, el peor invento de la humanidad, un agua plastificada que al sol se transforma en veneno para el organismo, con síntomas parecidos a la malaria.
Así me paso en una temporada en los trópicos. Fui envenenado por mi buena voluntad y mi detox se transformó en un infierno hasta que regresé –recordando a Bogart y Huston en La Reina de Africa—, como hijo pródigo, a las bondades del whisky, la cerveza, un Chianti infame o esa materia de la que se tejen los sueños (expresión de Dostoievski) que es la vodka pansexual, alcohol que navega a vela y a vapor y armoniza divinamente con todo zumo de frutas.
En la España actual se bebe demasiado en plástico cuando debiera recuperar el botijo, la cantimplora, la petaca, clásicos antídotos contra los medidores de barmans abstemios en horripilantes garitos de moda. Solo así se comprenden los totalitarios desmanes sanchistas, que exigen la dimisión de su grosero amigo Rubiales por un pico robado (ya se dice a la inglesa que el futbol es deporte de caballeros jugado por rufianes y dirigido por mafiosos de atroz catadura; el rugby es deporte de rufianes jugado por caballeros con fair play), cuando ninguno de los responsables políticos ha dimitido por una ley que deja en la calle a peligrosos violadores y pederastas. Sí o sí son una secta atroz e irresponsable, horteras plastificados con tarjeta de fondos públicos (¡ah, la transparencia!) y pesadillas de silicona nacionalista-socialista.