El marcarse voluntariamente la piel se ha puesto tan de moda que hoy, realmente, lo raro es no estar tatuado. Si uno se atreve a bañarse en verano en las playas pitiusas va descubriendo todo tipo de signos, símbolos, nombres y dibujos hasta lo manga nipón cubriendo la piel de la mayoría de la gente. Es ya un movimiento irresistible que demuestra cuan diferentes son los parámetros de estética entre las tribus humanas.
Personalmente jamás he tenido el más mínimo anhelo de tatuarme como tampoco me gusta lucir marca comercial alguna en la ropa. Por mi epidermis cruza más de un metro de cicatrices y con eso voy que chuta. Tal vez si me lo hubiera exigido la hermosa Mai-Miti navegando por los mares del Sur en alguna noche estrellada de coco bongo y piña colada.. pero la verdad es que no son lo mío, aunque a veces haya podido admirarlos de muy cerca.
El que se marca a sí mismo desea señalar su dependencia ante aquello a lo que el signo alude; también puede creer que se protege mágicamente con una especie de talismán grabado en su piel. Por miles de años y en numerosas culturas (no en la individualista griega) el tatuaje era de gran importancia en materias sacrificiales, místicas y mágicas, presente en ritos-pasaje de iniciación o pertenencia. Hoy es algo vulgar, en el sentido de que es de lo más común, y tiene un éxito arrollador entre las tribus urbanitas que se aburren con facilidad o algunos amantes que no saben que la amada puede escapar, pero el tatuaje se queda. Cuestión de piel, cuestión de gustos.