Con el Estado de Derecho a punto de irse a hacer puñetas por la ambición de Susanchidad, una ya no tiene ni ganas de opinar sobre cosas serias. Así que este jueves les voy a contar mis impresiones sobre nuestra excelentísima tercera autoridad del Estado, la mallorquina Francina Armengol. Un animal político en campaña, una nefasta gestora por lo sectario y, sobre todo, una hortera de tomo y lomo que insulta con sus estilismos a cualquiera con cierta idea de lo que es el buen gusto.
Armengol destacó en la jura de la Constitución de la Princesa Leonor. Y lo hizo por dos cosas. Primero, porque, como de costumbre, parecía haberla vestido su peor enemigo en un mal día. Las manoletinas de brillibrilli me han matado. Segundo, porque no se le ocurrió nada mejor que citar a un poeta valenciano para, imagino, mostrarnos lo valiente que es diciendo cuatro palabras en catalán frente a una Familia Real que la observaba con cara de «a mí qué me cuentas». El gesto le ha costado que sus amigos de Junts hayan estallado en su contra en redes sociales recordando que Estellés, el poeta, no apreciaba precisamente a los Borbones.
Personalmente, a mí me parece fantástico que Armengol sea la presidenta del Congreso. Veo en ella una reproducción de la nefasta Carme Forcadell, aquella que acabó en la trena por poner todo a disposición de otro autócrata al que ahora Sánchez está dispuesto a darle lo que sea con tal de que le permita seguir viviendo en La Moncloa. Yo tengo clarísimo que, si fuera Carles Puigdemont, le plantaba la declaración unilateral de independencia al día siguiente de la investidura. Y aquí paz y después gloria. Eso sí, a Armengol que se la queden en Madrid. Con suerte se lleva con ella, de secretario de Estado o de chófer, al repartidor de tickets de la zona azul.