El culebrón en el que está sumido el Consell de Formentera desde hace algo más de una semana comienza aclararse. Detrás de los mensajes crípticos, de los dimes y diretes, de las amenazas y de las excusas baratas solo había dinero. El interés por el maldito parné que todo lo pudre. Con lo fácil que hubiera sido poner sobre la mesa, con luz y taquígrafos, el problema y buscar la forma de solucionarlo…
Ahora tenemos un Consell de Formentera sumido en la crisis total, como antaño. Y unos ciudadanos que deben estar muy decepcionados ante la evidencia de que el que consideraban un santón era un vulgar aspirante a vividor de la cosa pública. Yo admito que el bajón en mi caso es grande porque pensé que Llorenç Córdoba era un gran candidato. Ahora veo que me equivoqué y, además de asumir que no soy infalible en mis análisis, he de aceptar que debo perfeccionar mi detector de aprovechados.
Lo más grave en este caso no es que Córdoba haya intentando apropiarse de aquello que, al parecer, no le toca. Lo peor es que haya ocultado bajo el nombre de Formentera, de sus ciudadanos y del interés general lo que no era más que el deseo de medrar a costa de lo que pagamos todos. Y, miren, yo por ahí no paso. De energúmenos envolviéndose en la bandera para justificar lo injustificable ya hemos tenido bastante. Ni nos los merecemos ni los queremos.
Lamento que a Córdoba ya solo le quede la salida de la dimisión. Si realmente quiere tanto a la isla, ha de asumir las consecuencias de su torpeza. Al menos, tiene abierta la puerta de mantenerse en el Parlament como diputado. Algo que otros considerarían un honor. El esperpento que ha montado no tiene mucha más solución.