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Casetas de Portmany

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Los mercadillos navideños de Munich o Viena son abstemios en comparación con las casetas de Portmany. Como el faquir camina la plancha ardiente o devora sables de fuego, en San Antonio subes a la alfombra voladora de azúcar moreno que calienta la sangre entre ritmos de flamenco y rock. La aventura está en la calle y estas casetas son epicentro planetario de brindis alegre y fraternal y, cuando la mar se torna color de vino y se prenden las luces color champagne y todas las gatas son pardas, se torna también puerto de mar canalla y sentimental.
El vino, ¡Viva Baco!, corre como un maná donde se ahogan los puritanos, enemigos perversos de la pureza. En USA ya ensayaron una totalitaria Ley Seca que extendió la cirrosis de Boston a California, pero al menos en los garitos clandestinos las copas de agitaban a ritmo de jazz. Los crueles dictadores modernos suelen ser vegetarianos, abstemios y no fumadores. En el actual gobierno delirante de Repelús Sánchez hay mucho hipócrita comunista de dacha y chacha que pretende dictarnos cómo vivir y qué pensar. Algunos votan por prohibir la prostitución en el Congreso y acto seguido se perfuman con el pachulí del burdel. La flamante memaministra que se presenta como médica y madre proyecta prohibir fumar en todas las terrazas, pues los adultos votantes merecen ser tratados como niños rebeldes de patio de colegio. Todo es prohibir y acorralar la libertad individual, freírnos a impuestos que luego malversan, sermonearnos soporíferamente con sus mentiras a conveniencia y pactar con terroristas. ¡Qué secta tan cursi e insufrible!
Pero en las casetas de Portmany hay un ambiente pescador, payés y corsario. Cabalga en al aire la flecha del éxtasis del Carpe Diem avisando que Navidad es tiempo de milagros.

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