Es curioso que cuanto más complican el plato, más envenenados resultan. Especialmente en estas fechas de convites multitudinarios y cadenas de frío que pasan de Laponia a Salvador de Bahía en cuestión de minutos. Como siempre, lo que más éxito tiene es lo tradicional. Ferrán Adriá es un genio de la cocina, sí, pero la legión de sus cursis imitadores hace un daño tremendo al paladar y al estómago. Ser original es volver al origen.
Tal vez por ello me gustan especialmente los premios que ha otorgado la Academia de Gastronomía de Ibiza y Formentera. Can Pujol, Alba Pau, Es Gerret, Can Alfredo. El bullit de peix y el aceite de oliva pitiuso, cocina telúrica e ingredientes ancestrales, buen gusto y simpatía. Quien goza de la buena mesa se comporta mejor con el resto del mundo.
España cuenta con una cocina espléndida y de lo más variada por sus diferentes regiones. ¿Por qué entonces el rancho de colegios, hospitales, trenes y líneas aéreas suele ser de vergüenza ajena? A los criminales responsables de tales desaguisados deberían condenarles al maroon pirático: abandonados en una isla desierta con una pistola cargada con una bala y, si hay misericordia, una botella de ron.
Y qué decir de los maravillosos vinos (Lope de Vega decía que el vino es la leche de los viejos) y diferentes alcoholes que celebran el amor a la vida. El alcohol, tal y como lo conocemos hoy en día, fue inventado en España gracias a los alquimistas Ramón Llull y Arnau de Vilanova. ¿Qué hay que saber beber? Por supuesto. Pero a bailar se aprende bailando.