Los ecolojetas montaron un safari caprino para cargarse las cabras del Vedrá, pero no han sido capaces de adoptar medidas contundentes para acabar con la plaga serpentina en Ibiza. Los cazadores acostumbran a ser de verdad ecologistas y criticaron la matanza orquestada por los encargados de medio ambiente por cruel e innecesaria. Los cursis jetas urbanitas no escucharon a los propietarios (en Vedrá había rebaños desde hace siglos), dispararon con calibre inadecuado y dejaron a las cabras agonizando durante días. Fue una vergüenza propia de matarifes, preparada con nocturnidad y alevosía, pues no avisaron de sus planes delirantes hasta que se apagó el eco de sus tiros y regresaron a Mallorca.
En cuanto a las serpientes, la desidia ha sido escandalosa. Es como si no hubiera real interés en erradicarlas y, al paso progre dominante, pronto saldrá un defensor de la bicha invasora de las Pitiusas. De momento no son venenosas, la influencia benigna del dios Bes sigue siendo poderosa, pero le vendría bien algo de ayuda inteligente y efectiva por parte de las instituciones. Y resulta curioso comprobar que la invasión de culebras comenzara hace veinte años, coincidiendo con el boom de rebaño clubber y su culto al culebrón electrónico del entronizado pinchadiscos. Jung tendría algo que decir al respecto de semejante sincronicidad.
La invasión serpentina supone la extinción de las lagartijas y no se han tomado medidas efectivas. Lo ha explicado cristalinamente la científica Antonia María Cirer en una muy interesante entrevista a la TEF. Los olivos que se importan a Ibiza y Formentera deberían guardar cuarentena en su tierra de origen. Algo tan fundamental que en teoría hay una ley al respecto pero, al igual que pasa con la de contaminación acústica, se acata pero no se cumple.