Mientras en España estamos de lo más entretenidos con los escándalos de corrupción (presunta) que afectan a uno y a otro lado, en Europa es el fantasma de la guerra contra Rusia campa a sus anchas. El grado de polarización en nuestro país es tan alto y tan grave que ya todo nos importa un bledo, excepto ver cómo nuestro contrincante/adversario se hunde en la miseria. Y, de este modo, declaraciones tan fuertes como las que hizo el domingo la ministra de Defensa, Margarita Robles, en La Vanguardia, pasan totalmente desapercibidas, como si la cosa no fuera con nosotros.
Robles aseguró en esa entrevista que «la amenaza de guerra es absoluta» y que «la sociedad no es del todo consciente». Razón no le falta a la ministra. Creo que nadie es muy consciente, salvo los paranoicos (entre los que me incluyo), de lo que puede significar en nuestro día a día una contienda contra Rusia. A los que crecimos bajo el terror de la amenaza nuclear y vimos en nuestra adolescencia películas como El día después sí que nos entra el pánico solo de pensar en lo que puede suceder. Pero al rato se nos olvida porque lo importante es saber si Francina Armengol fue el contacto de la trama de Koldo, si el novio pijo de Ayuso tiene o no un ático fake en Chamberí o si Puigdemont seguirá trolleando desde Waterloo o desde Sant Jaume a Susanchidad.
Todo eso nos parecerá el paraíso si, al final, vamos detrás de Macron, Scholz y Tusk a seguir defendiendo la supuesta democracia de Zelenski. Lo que me extraña es el silencio de los noalaguerristas habituales. Ni a nivel nacional ni en las Islas se les ha escuchado una palabra al respecto. No voy a ser malpensada. Seguro que ya preparan las pancartas.