En los juzgados de Eivissa una mujer que denuncia maltrato puede ser ninguneada, humillada y, lo que es más trascendente, acabar el periplo sin haber obtenido protección para ella y sus hijos tras haber pasado largas horas en la sede judicial sin haberle visto la cara ni a una jueza ni a una fiscal; y viceversa.
No siempre es así, pero hay muchos números para que ocurra si la comparecencia es en fin de semana, cuando el juzgado de guardia asume la resolución de una petición de orden de protección. Entonces la mujer que se ha decidido a denunciar tendrá que compartir espacio y relatos con toda clase de detenidos, víctimas y testigos. Explicar su sufrimiento a un funcionario o funcionaria mientras escucha otros relatos y otros escuchan el suyo; por mucho que se esfuerce, este funcionario o funcionaria no podrá trasladar al papel oficial el relato, el sufrimiento ni el miedo.
Este papel con la declaración, vía electrónica, irá hasta la planta sexta de la sede judicial -con excelentes vistas sobre la ciudad- donde una fiscal poco implicada (que no lo son todas) hará su dictamen sin haber visto los ojos a la denunciante y todo lo que ellos transmiten. La jueza hará lo mismo desde su despacho.
Horas después, la víctima abandonará la sede judicial con un sentimiento de lógica frustración; por el resultado pero, especialmente, por la forma y el periplo estéril y absurdo. Desengañada de un sistema que dice proteger a la mujer y a sus hijos víctimas de maltrato pero que no lo hace; basta observar las cifras.
PS1. No en todos los juzgados de Eivissa, ni en el JVSM, se maltra así a las mujeres.
PS2. El relato se basa en una experiencia real como la vida misma en la que todos los actores jurídicos fueron mujeres; sororidad ausente.