Ibiza ha celebrado un año más el Orgullo y creo que es significativa la baja participación tanto de ciudadanos como de empresas en una fiesta que nos atañe a todos. A unos, porque forman parte del colectivo, estén dentro o fuera del armario. A otros, porque la libertad ha de ser para todos porque, si no, no es libertad. Y que no es para todos lo demuestra el hecho de que el Consell, de la mano de Carolina Escandell, tenga que ofrecer servicios concretos de ayuda a unos ciudadanos a los que nadie debería cuestionar por su forma de amar. El Orgullo también debe implicar a quienes hacen negocio con sus diferentes banderas pero, después, dan la espalda cuando de celebrar se trata.
La isla de la libertad, la isla en la que todo es posible, es mezquina con el colectivo LGTBIQ+. Salir del armario ostentando ocho apellidos ibicencos es un gesto de valentía que no todos osan practicar. Esto es muy pequeño y la vieja del visillo es una realidad difícil de ignorar. Insisto, ahí están los servicios específicos del Consell para estos ciudadanos. Y por eso es tan importante el Gay Pride como forma de normalizar algo que ni nos deberíamos cuestionar.
Lo que me pregunto es dónde están todos aquellos que, a lo largo de los años, se han beneficiado económicamente del colectivo LGTBIQ+. Los que han hecho negocio colocando la pegatina del Gay friendly en la puerta de sus establecimientos o se han beneficiado económicamente de la carísimas promociones turísticas públicas destinadas a este segmento. ¿Por qué no participan también en el día en el que hay celebrar? Si yo fuera política, si fuera, por ejemplo, Fran Torres, tendría muy claro con quién contar y con quién no, a quién premiar y a quién relegar al cajón de la irrelevancia. Porque el Orgullo se practica todos los días, no solo cuando se puede hacer caja.