En esta nueva tiranía de la corrección política, tan pregonada a lo ayatolá por progres enemigos del progreso, algunos burrócratas puritanos (un puritano nada tiene que ver con la pureza y todo con la paja mental) empiezan a tragar su propia medicina como a Robespierre le afeitó la guillotina.
Desde que el horroroso Henry Kissinger dijera eso de la erótica del poder, nos hemos acostumbrado a todo tipo de orgías en unos diputados nada eróticos, sin cultura libertina, simples pornógrafos de manga nipón solo apto para tristes onanistas. Ni siquiera la fantasía calenturienta del marqués de Sade, las once mil vergas de Apollinaire, las múltiples y deliciosas experiencias de Anaïs Nin o los ritos tenebrosos de Alesteir Crowley rozan las burdas aberraciones que estilan los hipócritas burrócratas de dacha y chacha para mantenerse cachondos en el poder mientras joden al pueblo.
Desde hace décadas tratan de reeducarnos en unos valores que nada tienen que ver con la ética universal de la buena educación sino con la falsa moral de una insoportable criatura de Jane Austen que lee a Carlitos Marx en el boudoir; en su totalitarismo, proyectan transformarnos en muñecas hinchables de burdel japonés para que no rechistemos. (Por cierto que un empresario trató de importar moda tan plástica a la sensual Barcelona, y quebró ante el regocijo de las putas de carne y hueso).
La venganza es un plato que se sirve mejor frío, dicen en Sicilia. Pero con este muy indecente gobierno va a estallar volcánica. Han perdido la batalla de la imagen, que es en lo que presumían de estar mejor preparados. ¡Cómo será el resto! La omertà, el código de silencio mafioso con el que protegen sus desmanes por interés, está en quiebra ardorosa.