La reciente tragedia causada por la gota fría en Valencia ha dejado al descubierto no sólo los estragos de la naturaleza, sino también las deficiencias de un Estado que parece estar a la deriva en medio del barro. Es lamentable, pero no sorprendente, que las cifras de fallecidos y desaparecidos sigan aumentando, mientras que las respuestas gubernamentales parecen estar estancadas. La burocracia se mueven a un ritmo desesperante, mientras cientos de familias continúan sumidas en el lodo y la desolación, compartiendo espacio con cadáveres en descomposición y sin acceso a suministros básicos. Lo que resulta más indignante es la ausencia de una respuesta organizada y efectiva por parte de las autoridades. Pareciera que la única consistencia del Estado es su impresionante capacidad para no estar a la altura en momentos críticos. Promesas de ayuda que no llegan (pregunten a las víctimas del volcán de La Palma), planes de emergencia que son todo menos emergentes, y una comunicación que no logra consolar. Sin embargo, en medio de esta dolorosa realidad, ha surgido un rayo de esperanza de la mano de ciudadanos anónimos, cuya solidaridad está siendo el verdadero salvavidas de esta catástrofe. Mientras el Estado muestra su incapacidad, los vecinos se organizan, reparten alimentos, y ofrecen sus hogares a los damnificados. Son ellos quienes están demostrando que, aunque el gobierno falle, el espíritu de una nación solidaria no se anega tan fácilmente. Cada acto de generosidad es un firme recordatorio de que una nación es mucho más que sus instituciones fallidas. Son estos héroes cotidianos quienes reafirman nuestra fe en la humanidad, mostrando que la empatía y la acción conjunta son más poderosas que cualquier política mal implementada.
Opinión
La nación supera al Estado
Juan Carlos Rodríguez Tur | Ibiza |