ALo ha vuelto a hacer. Donald Trump ha vuelto a vencer en las urnas a una candidatura demócrata encabezada por una mujer y en ambas ocasiones lo ha hecho a pesar de los malos augurios de las encuestas y de unos medios de comunicación hostiles (especialmente en Europa). Contra Hillary Clinton, Trump ganó en escaños pero perdió en el voto popular. En esta ocasión ha barrido a la demócrata Kamala Harris con el 51% de los sufragios y con una diferencia de casi 5 millones de votos.
La misma noche de la contienda electoral, la mayoría de periodistas daban por hecha una victoria ajustada de la actual vicepresidenta del ejecutivo estadounidense, incluso algunos se atrevían a desprestigiar al candidato republicano con una cierta sorna y soberbia que derivó en frustración al ver que Trump no sólo había ganado las elecciones en todos los estados clave, sino que lo había hecho entre los hispanos, los jóvenes e incluso había alcanzado un 45% del voto femenino. Es decir, que los medios de comunicación consideran a Trump mucho más machista y racista que los americanos que le han votado masivamente.
He ahí el error de la izquierda woke: pensar que con su supuesta superioridad moral y sus mensajes llenos de purpurina pero escasos de contenido van a convencer a ciudadanos hastiados de esta era de cristal de la que salen más pobres y menos libres. Trump, en cambio, supo centrar el mensaje en lo que más preocupa a sus ciudadanos: la inflación que se ha producido en la era Biden y los conflictos bélicos que amenazan la paz en occidente.
Estas elecciones confirman la tendencia de un mundo polarizado en el que los ciudadanos rechazan la izquierda del victimismo y lo políticamente correcto que ha priorizado los delirios de muchas minorías en detrimento de las necesidades de una mayoría.