El nuevo registro de viajeros es una nueva prueba de que el sanchismo es totalitarismo. El Big Brother avanza con la adicción a recopilar datos, para que sepan todo de nosotros en todo momento. Nos quieren desnudos frente a sus algoritmos de razón sin corazón, que luego dejarán robar (venta encubierta), para mostrar nuestra intimidad.
Además del atasco que supondrá rellenar un formulario propio del nacional-socialismo o una dictadura bananera, el pique de muchos viajeros que no desean ofrecer tales datos favorecerá la oferta ilegal a la hora de hospedarse o alquilar un coche.
Recuerdo cuando preguntaron tres veces mi nombre en la terraza del Four Seasons madrileño. A la hora del aperitivo fumaba un puro y bebía mi tercer Bloody Mary. Debí parecerles sospechoso, pero también lo inquirían al resto de clientes, cosas del puritanismo yanqui. Así que a su impertinente insistencia respondí que me llamaba Edmond Dantés. Y el comisario del hotel lo apuntó debidamente (la próxima vez diré Haydee). ¡Qué ridiculez! Recordaba a los test fácilmente falsificados para poder viajar en tiempos plandémicos, donde tanto aprendieron los aspirantes a dictar la vida de los otros.
Con la excusa de la seguridad se pasan tres pueblos. Y da igual que tengan todos los datos, pues luego siguen mintiendo como bellacos, deformando la realidad en interesada paranoia. Marlaska niega que haya una ruta de pateras entre Argelia y Baleares. Repelús Sánchez se cree Lady Gaga en su congreso de fans, pero guarda silencio ante el juez. De los que habría que tener todos los datos es de aquellos que se dedican a asaltar la cosa pública. Pero estos protegen su opacidad mientras pretenden saber todo de la vida de los otros.