Confieso que desde hace años no me resulta divertido eso de que los Reyes Magos tiren caramelos a los niños. No tanto por los caramelos como por el trance alocado en el que parecen entrar muchos a la hora de recoger los dulces. Sinceramente, entendería que eso sucediera si los caramelos fueran algo difícil de obtener. Pero no es el caso. Así que, cuando el domingo llegaron las primeras quejas sobre que no se habían tirado caramelos suficientes, me sorprendió. Aunque no tanto como que apenas se hablara de lo que sí que fue llamativo: el cuarto rey. O el paje real, que interpretaciones hay para todos los gustos.
A estas horas sigo sin saber si el tercer señor blanco que desfiló en la cabalgata de Vila era Artabán o el paje. Pero, fuera quien fuera, está claro que algo no cuadraba. Si era Artabán, la gran mayoría de la gente desconoce su existencia, por lo que introducirlo en la Cabalgata no tenía sentido. Y, si era el paje, menos aún se entiende que desfilara entre Gaspar y Baltasar. Puede ser también que todos pensáramos que Melchor era realmente el paje. Fuera quien fuera, está claro que no tenía que estar allí. Y es que las cosas que funcionan no deben tocarse porque, por lo general, cuando se tocan es para estropearlas.
Y miren que lamento escribir esto porque considero que el concejal de Fiestas, Fran Torres, se está dejando la piel en una concejalía que el desgobierno anterior había convertido en el departamento de lúgubres y amargados asociados. Las fiestas de Vila son hoy uno de los puntos fuertes del municipio. Sobre todo las de Navidad. Y es que, pese a quien pese, las fiestas populares son mucho más importantes para la cohesión social que otras cuestiones que solo cohesionan a los chiringuiteros de turno.