La sequía ha dejado de ser una amenaza estacional en Ibiza para convertirse en una crisis estructural. Con los acuíferos al 34 % de su capacidad y las depuradoras operando al 110 % en temporada alta, la pregunta no es si lloverá lo suficiente este invierno, sino si la isla puede seguir funcionando bajo este modelo sin colapsar. Hace apenas unos días se presentó un proyecto piloto que promete revolucionar el control de los recursos hídricos: un sistema de sensores que medirá en tiempo real las extracciones de los pozos. La prueba arranca en Ibiza este agosto y se extenderá en los próximos meses al resto del archipiélago con el objetivo de crear una red digital capaz de controlar el nivel y la calidad del agua en los acuíferos. La iniciativa es ambiciosa y, sobre el papel, necesaria. Pero, ¿llega a tiempo? Los sensores pueden ayudar a conocer mejor el estado de los recursos, sí. Pero lo que realmente necesitamos no es saber que estamos al borde del abismo, sino dejar de caminar hacia él. La sobreexplotación de los acuíferos en Ibiza no es una novedad, tampoco lo es la falta de acción estructural por parte de las administraciones para reducir el impacto del turismo masivo en el consumo de agua.
En verano, las desaladoras no dan abasto, las depuradoras superan sus límites y los residentes, en muchos puntos de la isla, se quedan sin agua. No es un fallo puntual: es una consecuencia directa de un crecimiento turístico descontrolado que exige cada vez más recursos a una isla que ofrece cada vez menos. Mientras se construyen más piscinas, hoteles y urbanizaciones, los vecinos de la isla se quedan sin agua para abastecerse. El nuevo sistema de sensores puede aportar transparencia y datos valiosos, pero no solucionará nada si no se acompaña de decisiones valientes: límites al crecimiento urbanístico, regulación del consumo turístico, inversión real en infraestructuras hídricas y, sobre todo, una política que entienda que el agua no es infinita.