La fascinante Cleopatra, a quien bastaba enrollarse en una alfombra para cambiar el rumbo de la historia, abandonó a Marco Antonio en la decisiva batalla de Actium. Helena fue la excusa perfecta—¿o era todo un simulacro, como relata Calasso en Las bodas de Cadmo y Armonía?— para que los griegos aniquilasen Troya. El viajero Herodoto definía la Historia como una concatenación de guerras provocadas por una serie alternada de secuestros de mujeres demasiado atractivas. Tal vez por eso su lector clásico, Horacio, sentencia: «Desde siempre, el coño ha sido causa horrenda de guerra».
El mundo es ondulante, voluble y discordante porque es de naturaleza femenina. Materia viene de mater, madre. Ibiza, eterno matriarcado, fue tomada por la Corona de Aragón gracias a una cana al aire. Un sarraceno con ataque de cuernos mostró a las fuerzas de Montgrí el pasadizo de San Ciriaco, permitiéndoles atravesar las murallas y reconquistar para la Cristiandad, el vino y la sobrasada la polis más antigua de Baleares, perdida siglos antes frente a las fuerzas del califa de Córdoba.
La erótica del poder. El gobernador moro era un hombre de sangre caliente cuya debilidad eran las mujeres hermosas, y su cuñada, una altiva cristiana capturada en el fragor de una batalla naval frente a las costas catalanas, era una belleza fabulosa aburrida de la monotonía del harén. Cuentan que la misma noche que el cornudo les sorprendió abrazándose en el lecho, fue tanto su dolor que, ciego de rabia, corrió a abrir las puertas del pasadizo a las sorprendidas fuerzas de Montgrí, que no dejaron escapar una oportunidad de oro. La dominación musulmana en Ibiza se rindió gracias a los encantos femeninos, de esos a los que resulta imposible resistir ni asediar, pues no caerán hasta que ellas deseen.