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Sparrow

Jack Sparrow | Foto: DISNEY

| Ibiza |

Jack Sparrow es el protagonista indiscutible de la saga Piratas del Caribe, una producción de aventuras marinas basada en mitos y leyendas de libre interpretación creada por Walt Disney en 2003, que nos ha dejado hasta la fecha cinco apasionantes entregas narrando las andanzas de Will Turner y Elizabeth Swann, interpretados por Orlando Bloom y Keira Knightley, junto al capitán Barbossa, Davy Jones o el terrible Kraken. El excéntrico personaje, interpretado por el controvertido Johnny Depp en una excepcional actuación que le valió su nominación al premio Óscar a mejor actor, es uno de los piratas más temidos del gremio. Traicionero, embaucador, astuto e ingenioso, surca los mares a bordo de La Perla Negra, su verdadero y único amor, junto a sus conocidas rastas, su inseparable sombrero, su peculiar brújula y unos característicos ademanes que le confieren un cierto aire ebrio, ruin y desvergonzado hasta convertirlo indiscutiblemente en todo un antihéroe byroniano catapultado a la condición de eterno icono cinematográfico.

De un tiempo a esta parte también las Pitiusas se han convertido en una particular isla del tesoro en la que los piratas deambulan en busca de su más preciado botín. No, no es el honor de una bella dama.

Tampoco una noble misión ni nada que se le parezca. Se trata de algo más banal. El simple arte de hacer caja y salir pitando. A los archiconocidos y clásicos piratas que operan en sectores tan variados como el taxi, los charters, los fondeos, los rent a car y los alquileres turísticos ilegales se suman ahora los beneficiarios de las concesiones de playa a lo largo y ancho de nuestro idílico litoral. Y es que es por todos conocido que, en su gran mayoría, el precio a que se ofertan las hamacas y sombrillas no respeta ni de lejos el previsto en la concesión. Sin embargo, tan solo ha trascendido la sanción a unos pocos establecimientos. También es sobradamente sabido que en multitud de playas es prácticamente imposible acomodar una toalla en la arena por encontrarse plagada de más hamacas de aquellas que permite el propio título habilitante. Sin embargo, tan solo una de ellas, situada en la pequeña y lejana cala del norte de la isla, ha sido obligada a la retirada del evidente excedente y solo ante la presión mediática ejercida. Eso sí, la vieja estructura de un hotel que afea el lugar sigue año tras año intacta.

Alguien debería explicar algún día y de forma convincente qué ocurre en alguna de las principales calas de Ibiza, empezando por su estacionamiento de pago condicionado al obligatorio consumo en el establecimiento que la explota y terminando por la ocupación ilimitada y desmesurada de un dominio público muy apreciado repleto de sabinas. Y es que nos encontramos en un lugar en el que cuando finalmente consigues colocar la toalla en algún minúsculo espacio libre asaltan tu tranquilidad, descanso y paz interior ofreciéndote vilmente y con completa impunidad todo tipo de objetos como gafas, bolsos, pareos o pulseras. También el característico cocomelo o frutita del amor. Ya saben, la viagra natural y todas esas mandangas. No podía faltar el mojitoman que pulula entre las embarcaciones o en el mirador de Es Vedrá elaborando este típico cóctel cubano por un módico precio que te permitiría comprar una tonelada de hierba buena. Hasta han aparecido masajistas particulares y peluqueras itinerantes de lo más exótico. Ya ven, pueden aprender idiomas mientras se hacen la pedicura o se peinan unas trencitas. Pero tranquilos, porque todos estos piratas pagan religiosamente sus impuestos y los servicios ofertados cuentan con todas las garantías de salubridad e higiene. Es irónico, evidentemente. Y por si no era suficiente con las playas, ahora resulta que también han proliferado las terrazas piratas, esas con las que cuentan multitud de bares y restaurantes que ocupan la vía pública sin disponer de la preceptiva licencia municipal, las extracciones ilegales de aguas de pocos y acuíferos y hasta emisoras de radio que operan con total impunidad colapsando el espectro radiofónico sin autorización alguna. Ya ven, éramos pocos y parió la burra.

Pero que se puede esperar de un lugar en el que se cometen atrocidades en el territorio y aguas de una reserva natural extremadamente protegida, tanto a través de la reproducción de música estridente e innecesaria como mediante la realización de actividades de multitudinaria fiestuqui disponiendo exclusivamente de una mera licencia de restauración de aforo limitado. Hasta un parque acuático se montaron en las turquesas aguas de S’Espalmador. De un lugar en el que la estación marítima, que debería servir para pasar el rato a los viajeros que esperan los barcos de Formentera, necesita de los servicios de dos guardias de seguridad para frenar el ímpetu de la clientela del particular after party de lo más random que se monta cada amanecer allí al más puro estilo Bar Coyote. Eso sí, al menos se ha tenido el detalle de fomentar la lectura en nuestras costas a través de lo que se ha dado a conocer como biblioplaya, una gran iniciativa si no fuera porque ha sido a cambio de suprimir el servicio de duchas y baños que eran de gran utilidad para la población. Habrán pensado algo así como ¡qué más da!, si al fin y al cabo los mismos desechos que se depositan debidamente en los servicios acabarán cubriendo sus aguas, porque su color es cuanto menos sospechoso.

Si lo piensan bien nuestras privilegiadas ínsulas son el hábitat perfecto para ejercer el antiguo arte de la piratería tan propio de otras épocas por estos mismos lares. Abundan por doquier peligrosas serpientes de hasta dos metros de longitud. Se trafica ilegalmente con personas en los constantes botes que arriban a nuestras costas desde África. Hasta aparecen cadáveres maniatados en sus aguas que han sido ajusticiados en alta mar. La población proscrita se hacina en mazmorras construidas con maderas y lonas a las puertas de la muralla de la ciudad. Se subastan al mejor postor las instalaciones portuarias que históricamente han pertenecido al pueblo. Hasta el gran navío Attila, propiedad de una de esas ricas y temidas Compañías de las Islas Occidentales, navega peligrosamente de forma próxima a la costa y en aguas poco profundas hasta encallar frente a la playa de Es Pujos en Formentera. Por si fuera poco, sus aguerridos tripulantes, en muestra de su valentía y arrojo en el mar, desobedecen abiertamente las medidas de seguridad pautadas por la autoridad marítima competente con el grave peligro para las personas y el entorno que ello conlleva. ¡Normal que haya un monumento a los corsarios en el puerto!

Lo peor es que a todos estos piratas y gentes de mal vivir que nos rodean durante estos animados meses estivales no se les acabará nunca el chollo. El próximo año volverán a visitarnos a principio de temporada haciendo buena una de las principales cualidades del capitán Sparrow, la de no poder ser capturado nunca. Porque ya saben que, además de su reconocida afición por el ron, una de sus principales y características frases es aquella de «todos recordarán este día como el día en que casi capturan al capitán Jack Sparrow». Pues eso.

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