La vuelta al tajo. O al Tajo, como el río que corta cual sablazo la Península Ibérica. Debe ser duro abandonar las Pitiusas en plena temporada de higos sabrosos y pesca del raor, suculento pez que nada contracorriente turística. Los políticos también dejan sus vacaciones oficiales para complicarnos la vida. Pero si los clanes Sánchez y Zapatero abandonan Lanzarote es solo porque el imprevisible Donald Trump sopesa mandar algún portaviones frente a La Mareta, para acojonarlos como secuaces de Maduro, vulgar dictador que ya observa la mar caribeña surcada por la flota yanqui.
En la pasada noche de San Bartomeu, la pólvora invadió la bahía de Portmany. Espectaculares fuegos artificiales –se nota la presencia valenciana en San Antonio— que admiré abrazado a una miss fallera de labios entreabiertos con una copa burbujeante como las estelas achampañadas de los cohetes. Reflexioné entonces que los chinos inventaron la pólvora para divertirse con sus fuegos de artificio. Luego el fáustico Occidente desarrolló su función bélica y Alfred Nobel, el mismo que da nombre a premios científicos y pacifistas, la transformó en dinamita. Los cohetes chinos estaban pensados para asombrar en fiestas y ferias, pero ahora acojonan al planeta con su basura espacial que puede caer en cualquier parte. Cosas de la espantosa revolución comunista (¡Groucho, Groucho, Karl es el error!) y la patada de Kung Fu maoísta a las muy abusonas potencias coloniales. Ya se cumplió la profecía de Napoleón: «China es un dragón dormido. Cuando despierte el mundo temblará». Así hemos pasado del opio al fentanilo.
Como nuestra política, a veces semeja que el mundo retrocede. ¿La vuelta al tajo? Con estos progres enemigos del progreso, eso es muy peligroso.